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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Rosa comenzó a marchar más de prisa, dejando atrás a su amigo.
Conque daos prisa y venid, que os espera la dama más hermosa que se tapa con guardainfante. ¡Ah, mal engendro! ¡injerto de dueña en cuerpo de sapo!... ¿qué me querrás tú que bueno sea?... Mas ahora recuerdo... en efecto... doña Clara Soldevilla tiene el malísimo gusto de hacerse servir por ti: si es ella quien me llama, huélgome, porque si ella no me llamara iría yo á buscarla.
Pero, querido amigo, usted no conoce obstáculos. Para navegar hace falta un barco, y éste no se construye tan de prisa... ¡Bah! dijo el bretón, se encuentran alquilados todos los que se quiera. Los puertos de Levante están llenos de yates magníficos que están á la disposición de los aficionados.
El poeta se acordó de dos ocasiones en que el héroe, irritado por su franqueza, le había dado varias bofetadas, manifestando luego su arrepentimiento con valiosos regalos. Olvidó los regalos para acordarse únicamente de los golpes, y tuvo prisa en manifestar su entusiasmo por los versos.
De aquellas cosas que eran el tema de sus conversaciones, todavía no conocía Verónica más que lo que había podido columbrar acompañando a su madre, no muchas veces, al paseo, al teatro, o a tal cual visita o reunión de confianza, si no con la librea de colegiala precisamente, con todas sus rozaduras frescas sobre el cuerpo, y todas las cortedades, fingimientos y desentonos a que obliga ese desairado carácter de crepúsculo invernizo: lo que se ve y se sabe de un espectáculo, mirando por los resquicios de la puerta y oyendo los rumores, del concurso, o leyendo mal y de prisa los contradictorios relatos de los obligados cronistas; parvidades y probaduras que sólo sirven para estimular y enardecer los apetitos.
Para abarcar el conjunto de tal escena hay que imaginarse la refriega que tenía lugar en la meseta de las Mineras; los aullidos, los relinchos de los caballos, los gritos de ira, la huída de unos, arrojando las armas para correr más de prisa, el encarnizamiento de otros; más allá del barranco, las escalas, cubiertas de uniformes blancos y erizadas de bayonetas; los montañeses, situados en la rampa, defendiéndose desesperadamente; las vertientes de la ladera, el camino y, sobre todo, la parte baja de los parapetos, cubiertos de muertos y heridos; el tropel de enemigos, con el fusil al hombro, los oficiales en medio de ellos, apresurándose por seguir el movimiento; por último, Materne, de pie en la cima del talud, con la carabina en alto, cogida por el cañón, la boca abierta hasta las orejas, llamando a voz en grito a su hijo Frantz, que llegaba con el pelotón, precedido del señor Juan Claudio, para ayudar a la defensa.
Sin acordarme ya de la joven ni del novio, ni de otra cosa en el mundo, repetí a la cigarrera, con frase calurosa y más amplificada, lo que me había sucedido con mi novia, y que a toda prisa le había contado por la mañana en la fábrica.
A este postrer metrallazo, Lucía dio a correr, cruzó la verja, subió la escalera no menos de prisa que la había bajado, y se encerró en su cuarto, soltando la rienda al dolor.
Se sentó a su lado y le dijo así, esforzándose por sonreír: Antes de separarnos, señora mía, sería bueno quizás que reanudásemos nuestra conversación de ayer... Temo no haber correspondido como debía a la confianza de que me dio usted tan gran testimonio... Al ver mi prisa por marcharme, seguramente me acusó usted de indiferencia. No hay nada de eso.
En una o dos ocasiones creyó Amaury oír la voz del doctor que le decía angustiado: ¡Bastante, Amaury, bastante! ¡Mira que vas a matarla! Pero en el acto oía también la voz de Magdalena, que con nervioso acento repetía: ¡Más de prisa, Amaury! ¡vayamos más de prisa! Los dos novios parecían no pertenecer ya a la tierra.
Palabra del Dia
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