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Y ya que estaba apartado, volvió con gran prisa, y llamándome a voces, estando en el campo donde no nos oía nadie, me dijo al oído: -Por vida de V. Md., que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdelo para , pues tiene buen entendimiento. Yo le prometí de hacerlo, tornóse a partir de , y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso.

Anduvo de prisa, impaciente por hablar en seguida con Leocadia, y al llegar a su casa subió apresuradamente la escalera, sin saludar a la encajera del portal, y tiró de la campanilla, que sonó hacia el fondo del pasillo, sin que se oyeran pasos ni rozar de faldas contra las paredes. Volvió a llamar, nervioso por la impaciencia, y nada, ni el menor ruido: no abrieron.

Llevado de su honradez y delicadeza, rogó al doctor que antes de partir le pasase... «Ya usted me entiende... la cuentecita de sus honorarios». Golfín se deshizo en cumplidos. «Tiempo habrá... ¿qué prisa tiene usted?... En fin, como usted quiera...». Y el gran economista, al salir con su hijo, pesaba en la balanza de su mente los términos de aquel enigma aritmético que pronto se había de revelar. ¿Qué tipo regulador o qué tarifa le aplicaría? ¿Le consideraría como pobre de solemnidad, como empleado alto, como rentista bajo o como burgués vergonzante y pordiosero?

Al día siguiente muy temprano, después de un sueño ni profundo ni largo, se levantó, y despachando a toda prisa el desayuno, salió y fue derecho en busca de un sujeto que vivía en la calle del Duque de Alba, junto a D. Felicísimo.

¡Ah! Pues si buscáis al señor Francisco Montiño, os aconsejo que le esperéis mañana, á las ocho, en la puerta de las Meninas; todos los días va á esa hora á oír misa á Santo Domingo el Real. Y el lacayo, creyendo haber dado al joven bastantes informes, se marchaba. Esperad, amigo, y decidme si no vais de prisa: ¿por qué razón he de esperar á mañana y esperar fuera del alcázar?

La prisa, la rapidez, diré mejor, es el alma de nuestra existencia, y lo que no se hace de prisa en el siglo XIX, no se hace de ninguna manera, razón por la cual es muy de sospechar que no hagamos nunca nada en España.

Mesía no se daba prisa. «Aquella casada no era como otras; había que conquistarla como a una virgen; en rigor él era su primer amor y los ataques brutales la hubieran asustado, le hubieran robado mil ilusiones.

Juró dar aquellos miserables despojos al primer pobre que a la puerta llegase. Púsose su vestidillo negro, que a toda prisa se había hecho aquellos días, colocose el velito en la cabeza y hombros, mirándose al espejo con movimientos de pájaro, y se dispuso a salir. Antes abrió el balcón, y mirando a la calle, dijo: «Allí está ya. ¡Qué puntual y qué caballero es!». Salió.

Yo también tengo prisa por llegarme á la mina. ¡El pobre Tocino me hace tanta falta cuando no está allí!... El doctor se dejó conducir algunos minutos más allá de Labarga, hasta una altura donde estaba establecida la tienda de Tocino. Por el camino bromeaba con el contratista sobre su religión.

Hablemos como si fuésemos comerciantes; unos comerciantes que tienen prisa y no malgastan sus palabras... Yo te debo dinero, y me es imposible vivir tranquila mientras no te lo devuelva: trescientos mil francos que me dió tu madre, lo que me prestaste en el Casino... tal vez algo más. Tengo bastante para pagar. Si no quieres ocuparte del asunto, envíame á Toledo.