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Actualizado: 4 de mayo de 2025
¿Por un cura?... ¿Y dónde están los curas, mentecata?... Di a Nazaria que no se muera, que volveré pronto.... Corre y tráeme las pistolas. Voy por el cura. Sube y trae las pistolas gritó López. La coja entró en el portal, y emprendió su lucha con la escalera. Esto empezaba a ser para ella como beberse el mar. Y se lo bebía. Poco después el atleta y sus amigos volvían a la calle de los Estudios.
Porque aunque todos los días se repetía la escena, nunca dejaba de producirle estupefacción dolorosa. ¡Un sacerdote con dos pistolas en las manos, en aquellas mismas manos que al día siguiente habían de tocar el cuerpo de nuestro Redentor! Alguna vez había visto a su maestro el rector del seminario de Lancia en la cama.
Toledo hubiera querido hacer lo mismo, pero tenía que cumplir antes sagrados deberes de su ministerio, y vagó por diversas habitaciones, registrando muebles, subiéndose en las sillas para huronear en lo más alto de los armarios. Buscaba una caja de pistolas de desafío que le había regalado en Rusia uno de los generales amigos del difunto marqués.
Dijo esto con tono de misterio, y se llevó a su amigo hacia el extremo de proa. ¿Por casualidad trae usted una caja de pistolas de desafío?...
Sólo vio al portero, de pie en el umbral de la puerta, refiriéndole a un su amigo, que, una hora antes, había visto salir al señor de Auvray junto con su procurador, y que éste, en vez del consabido rollo de papel sellado, que era la característica de su grave personalidad y profesión llevaba bajo el brazo aquel día un par de espadas y una caja de pistolas.
¡Ah! ¿cuál de los dos es más fuerte? Pierrepont hizo un gesto de incertidumbre. Ahora vamos a verlo respondió sonriendo. Fabrice colocó en el banco, al lado de ella, la caja de caoba y un paquete de cartuchos. Las armas de que iban a servirse eran pistolas Flobert, de gran calibre.
Su tocado revela algunos restos de antigua grandeza y cierta rudeza de carácter. Suspendidos de un clavo están en una de las paredes los arreos militares: el casco, las placas doradas, el sable, las pistolas de reglamento, como indicando que aquel hombre hizo uso de ellas en algún tiempo, y que ahora está retirado del servicio. El lector habrá comprendido que este hombre es mi padre.
Cruzamos la bahía de Cádiz, desembarcamos, atravesamos las calles del Puerto de Santa María, en coche, y llegamos a la finca del amigo del marqués, a eso de las dos de la tarde. Hacía un tiempo de invierno admirable; los padrinos midieron veinte pasos dando unas zancadas enormes; nos dieron las pistolas, disparamos, y al mismo tiempo que oí el fogonazo sentí un golpe que me derribó al suelo.
Pero ¿qué decir de lo que pasa en Langreo, donde por un pique cualquiera echan mano á la navaja barbera, cuando no sacan esas pistolas de seis tiros como la que trajo de Oviedo el señor capitán? El que saca una navaja no es mozo leal ni regular. No se degüella á los hombres como á las reses repuso el tío Goro con la profundidad que le caracterizaba.
A la menor señal de insubordinación, el capataz enarbola su chicote de fierro y descarga sobre el insolente golpes que causan contusiones y heridas; y si la resistencia se prolonga, antes de apelar a las pistolas, cuyo auxilio por lo general desdeña, salta del caballo con el formidable cuchillo en mano y reivindica bien pronto su autoridad por la superior destreza con que sabe manejarlo.
Palabra del Dia
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