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Y este diamante azul del espacio, este mundo de suave luz, que contemplan los habitantes de los otros planetas como una estrella poética en la que todas las criaturas llevan una existencia inmaterial, es la Tierra, nuestro pobre globo, donde acaban de perecer doce millones de hombres en los campos de batalla, donde han muerto otros tantos millones por las emociones y las pestes que son consecuencia de la guerra, donde se han consumido seiscientos mil millones en humo, en incendios, en acero estallado.

Pero con frecuencia me mostraba brusco y chabacano; juraba y echaba pestes en torno de ella sin acordarme de que me bastaba alzar la voz para hacerla estremecer y que el menor pliegue que arrugaba mi frente, la hacía palidecer. ¡Ve ahí, delante de nosotros, ese cuerpo que no tiene más que el aliento, y mírame a , gigante rudo y tosco!

De modo que, cuando me veía otra vez en mi vasta casa vacía, en la que podía silbar, jurar, gritar, echar pestes y maldiciones a mi gusto, y hacer Dios sabe cuántas cosas más, sin chocar ni incomodar a nadie, experimentaba un verdadero bienestar y me decía más de una vez: «¡A Dios gracias! ¡todavía soy libre

Los hay que hasta dan citas á los oficiales de la Guardia y pasean con ellos por las afueras de las ciudades. Ahora empiezan á fundar círculos hombrunos, en los que discuten sobre su estado presente y forjan planes de emancipación, hablando pestes contra las mujeres. Ya existen dos clubs de esta clase, sólidamente constituidos uno de solteros y otro de casados.

Don Modesto agarró la perdiz, dio gracias, se despidió y se fue echando pestes contra los gatos. Durante toda esta escena, Dolores había dado de mamar al niño y procuraba dormirle, meciéndole en sus brazos y cantándole: Allá arriba, en el monte Calvario, Matita de oliva, matita de olor, Arrullaban la muerte de Cristo Cuatro jilgueritos y un ruiseñor.

Porque concretamente, mi actividad de vigilancia en la red me incita más bien a echar pestes contra algunos sitios noruegos o brasileños que no dan ninguna información en inglés, por más mínima que sea." EL INGL

El médico habló de fiebre, de grandes cuidados necesarios; le hizo preguntas a que ella no sabía ni quería contestar. Estaba sola y era absurdo. El doctor dijo que no tenía con quien entenderse; añadió pestes de la incuria de los criados. «La dejarán a usted morir, hija mía».

Cuando quedaba sólo no buscaba al momento, como antes, una ocupación manual en que entretenerse. Quiso atribuir al calor esta singular postración que experimentaba, y cuando algún vecino después de sorprenderle con los brazos cruzados le dirigía alguna pulla, echaba pestes contra el verano, que le quitaba las ganas de emprender ningún trabajo. Y en realidad, no mentía.

Pero contra lo que esperaba, el cominero no habló una palabra de viaje a la mañana siguiente. Levantose tarareando y parecía olvidado del asunto. En vano Rosalía le pinchaba, echando pestes contra los baños de los Jerónimos y quejándose de un calor mortífero.

Los que llevaban compañía, charlaban; los que iban solos, echaban pestes de vez en cuando, entre dientes, contra el barro. Sólo el cielo mostraba un semblante sombrío y melancólico, adecuado a las circunstancias. Recorrimos la calle de Hortaleza, y al llegar cerca del Saladero hallamos un gran montón de gente que invadía los alrededores y que nos detuvo.