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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Así y todo quedó murmurando pestes, diciendo que él no había aguantado jamás ancas de nadie y que menos las aguantaría ahora de su suegra, con otra porción de frases igualmente enérgicas que derramaron la tristeza por el rostro de Irenita.
Interrumpiendo su ristra de lugares comunes, dichos campanudamente, como si estuviera en la escuela, añadió en voz baja, guiñando maliciosamente los ojos: ¿Se ha fijado, señor Bautista, en toda esta gente?... Ayer hablaban pestes de usted y su familia, y bien sabe Dios que en muchas ocasiones les he censurado esa maldad.
Aquella pasion funestísima, aquel prurito inconcebible, ha hecho más víctimas que las pestes, las plagas, las hambres y las guerras. Es un cólera morbo que no se va nunca, que siempre está diezmando la poblacion. Es el vómito negro, ó la fiebre amarilla de las mujeres; la más peligrosa y pestilente de las enfermedades endémicas.
Cuando se vieron libres de él, Santa Cruz le echó mil pestes, y dijo que algún día había de tener ocasión de darle el par de galletas que se tenía ganadas. «Este danzante tuvo la culpa de que yo me pusiera aquella noche como me puse y de que te contara aquellos horrores...». Por aquí empezó a enredarse la conversación hasta recaer otra vez en el punto negro.
En caso de haber pestes y epidemias, de que mueren muchos, tambien lo pagan los hechiceros. Por las viruelas que sucedieron á la muerte de Mayupilqui-ya y su gente, que casi destruyeron enteramente los Checheheches, Cangapol mandó matar todos los hechiceros, para ver si por este medio cesaba el mal. Los hechiceros son de ambos sexos.
Echaba pestes contra la soberbia de los emigrantes de Europa, contra las nuevas costumbres de la gente pobre, porque no disponía de bastantes brazos para desollar á las víctimas en poco tiempo y miles de pieles se perdían al corromperse unidas á la carne. Los huesos blanqueaban la tierra como montones de nieve.
Estos inglesotes se figuran que el mundo se ha hecho para ellos... No, señor mío, hay que ponerse en fila y ser como los demás... ¿Conque se cuidará usted, hará lo que le manda su primo y lo que le mande yo?... porque yo también soy médica... Otra cosa; aquí en España está usted siempre renegando y echando pestes. Esto no le gusta, ¿pues para qué vive aquí? ¿Por qué no se va a Inglaterra?
Pues yo declaró la Burlada con negro escepticismo , vos digo que si ha venido a pedir es porque fue honrada; que las muy sisonas juntan dinero para su vejez y se hacen ricas... que las hay, vaya si las hay. Hasta con coche las he conocido yo. Aquí no se habla mal de naide. No es hablar mal. ¡A ver!... La que habla pestes es bueycencia, señora presidenta de ministros. ¿Yo?
El otro día, tres soldados de la Academia, que vinieron con unos «parditos» a ver los gigantones, armaron un escándalo porque no les dejaban entrar por un perro gordo. ¡Como si pidiésemos limosna...! Se van muchos echando pestes contra la iglesia, lo mismo que si fuesen herejes, y en la escalera pintan con carbón cosas abominables o escriben palabras obscenas. ¡Qué tiempos!, ¿eh, Gabriel?
No se separaron ya, y yo, distraído por mis ocupaciones, por mis apuros y por mis placeres, no podía imaginar lo que tenía de apasionado la ternura que se dedicaban las dos mujeres. Sorege fué el que me llamó la atención sobre ese asunto. Con su prudencia habitual y por medio de insinuaciones, despertó mis sospechas y me incitó á comprobarlas. Sorege parecía indignado contra ellas, echaba pestes contra tales vicios, que á mí me tenían sin cuidado, y al oirle se hubiera creído que era el amante de una de ellas. Le vi exasperado hasta tal punto, que le pregunté si estaba en relaciones con Juana Baud.
Palabra del Dia
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