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Actualizado: 18 de junio de 2025
Flavia tomó asiento y yo permanecí en pie ante ella. Luchaba conmigo mismo y creo que hubiera triunfado si en aquel momento no me hubiese dirigido ella una mirada breve, repentina, que equivalía a una interrogación; mirada a la que siguió fugaz rubor. ¡Ah, si la hubieseis visto en aquel instante! Me olvidé del Rey prisionero en Zenda y del que reinaba en Estrelsau.
Así permanecí hasta la noche, preguntándome lo que experimentaba; y no sabiendo qué contestar, oyendo, viendo, sintiendo, ahogado por las pulsaciones de una vitalidad extraordinaria, más emocionante, más fuerte, más activa, más incomprensible que nunca. Deseaba que alguien estuviese allí; mas ¿por qué? No hubiera sabido explicarlo. Y ¿quién? Lo sabía menos aún.
Sólo diré que me hizo la impresión de una joya inmensa, esmaltada con los colores más vivos que puedan imaginarse: verde, azul, rojo, amarillo.... No sé cuanto tiempo permanecí asombrado. Sólo sé que repentinamente experimenté una sensación extraña, una codicia exagerada de poseer tan exótica ave.
El deseo de ir en su ayuda me ahogaba; pero no me atrevía a acercármele y echarle los brazos al cuello para consolarla. Cuando estuve en cama, la necesidad de brindarle mi ternura se apoderó de mí con nuevas fuerzas: me levanté, y en camisa, como estaba, me aventuré por el corredor obscuro. Permanecí largo rato delante de su puerta, temblando de frío y de miedo, con la mano sobre el botón.
¿Con qué fin te incomodas, cuando pronto vas a mejorar? preguntó Reginaldo filosóficamente. Pero yo permanecí callado, reflexionando en la opinión de sir Carlos Hoare, de que la daga empleada para el crimen frustrado, había sido una vieja arma florentina, envenenada. Este mismo hecho me hacía sospechar que el cobarde atentado llevado contra mi persona, había sido obra de mis enemigos.
Permanecí sentado, hablando con Ingomar, que parecía encontrarse en su centro.
Permanecí un momento contemplando aquella maravillosa vegetación, donde estaban reunidos todos los árboles del mundo, produciendo cada cual en su estación respectiva, flores y frutos exóticos.
La suerte me deparó a un fiel amigo que cubrió con su ternura aquel abismo de luto y de lamentos; acaso sin él me hubiese precipitado en aquella horrible negrura. Durante toda la noche, permanecí anonadado, no pude conciliar el sueño y me acosté vestido.
Ya ves, madre mía, me habían dicho que yo sería dichosa en el convento, pero que para esto era preciso abandonar el mundo; dije que sí, porque entonces aún no sabía lo que era el mundo... Y después me vistieron y me adornaron como una santa y me llevaron a una fiesta en la que un toro mató a dos cristianos así me dijeron , porque yo permanecí oculta en el regazo de mi superiora durante todo el tiempo que duró aquel horrible espectáculo... Pero de pronto, un grito de extrañeza resonó y yo levanté la cabeza... era... era él.
Durante cuatro días permanecí metido en un entresuelo de techo bajo, sin poder asomarme á las ventanas que daban á la calle, por ser ésta de gran tránsito y andar la policía y la Guardia civil buscándome en la ciudad y sus alrededores. Obligado á permanecer en una habitación interior, completamente solo, leí todos los libros que poseía el tabernero, los cuales no eran muchos ni dignos de interés.
Palabra del Dia
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