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Actualizado: 18 de mayo de 2025
En Nueva York permanecí aún una semana, y por fin, a bordo del Labrador, después de un viaje agradable, llegué al Havre, pisando tierra europea, justo un año después de haberme embarcado en Saint-Nazaire con rumbo a las costas septentrionales del continente sudamericano. En mi larga narración he tenido que describir países, costumbres y aspectos sociales.
El Piamonte marcha á la cabeza de los demas pueblos de Italia, y sus vias férreas bien construidas, abarcarán dentro de poco y sujetas á un solo centro comun, las diferentes provincias que constituyen el reino. Nada digo de Florencia, porque solo permanecí veinticuatro horas en su recinto; fáltame visitar detenidamente Roma y Nápoles.
Pero aquí, en este triste cuartucho y frente a usted, no puedo incorporar la voz de la conciencia, sino que soy una pobre concavidad sombría en donde la voz de la conciencia hace eco. Aquello se iba poniendo serio. No sabiendo qué decir, permanecí con la cabeza gacha y los ojos fijos en un punto, que por ventura resultó ser el retrato del relicario. ¿Le gusta el marco? preguntó don Guillén.
Te vas con él á Inglaterra; me le quitas cuando sabes que no puedo vivir sin él. Tu me asesinas, tu me... La voz se perdió en mi garganta y, fuera de mí, permanecí delante de ella sin decir palabra y como atontada. Juana me creyó impotente y aniquilada y cobrando ánimos me dijo con risa insultante: ¡Bah! No le amas tanto puesto que le olvidas muy bien conmigo...
Permanecí largo tiempo en medio de estas dulces ideas y sensaciones hasta que llegó un día en que me pregunté ¿por qué razón pasaba mi alma por tan diversas fases?
Muertes que por cierto parecían muy próximas, que ocurrirían probablemente antes de que Sarto y los suyos llegasen a Tarlein. ¿No lo anunciaba así la risa triunfante de Ruperto? Permanecí algunos instantes anonadado, apoyándome contra la puerta.
Los dulces nombres de pimpollo, remono, angelito, y otros que me prodigó con toda largueza, no me hicieron sonreír. Subí, y todos estaban en movimiento. Oí a mi amo que decía: «¡Ahí está! Gracias a Dios». Entré en la sala, y Doña Francisca se adelantó hacia mí preguntándome con mortal ansiedad: «¿Y D. Rafael? ¿Qué ha sido de D. Rafael?» Permanecí confuso por largo rato.
Regresé a mi cuarto, muy exasperada, y permanecí por mucho tiempo de codos en la ventana; desde allí tomé por testigos a la luna, las estrellas y los árboles, de que formaba la inquebrantable resolución de no dejarme tocar más, de no tener miedo de mi tía en adelante, y de emplear todo mi ingenio en desagradarla.
Absorta por mis quebrantos, permanecí quince días sin darle señales de vida; después, cediendo a sus instancias, comencé a expedirle misivas por el estilo de ésta: «Señor Cura: Acabo de descubrir que los hombres son estúpidos. ¿No os parece así? Y echando al diablo las conveniencias sociales, os abrazo».
Pasé la noche en la ventana. Orión descendía hacia el ocaso, y el Carro iba ocultando sus estrellas en las profundidades de luctuosa nube que subía lenta y creciente en los húmedos valles de Pluviosilla. Permanecí largo rato con el rostro entre las manos. El sueño entornaba mis párpados, e iba yo a recogerme, cuando grave y majestuosa sonó la campana mayor del templo parroquial.
Palabra del Dia
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