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Actualizado: 18 de junio de 2025
Llegué a la mañana siguiente, me acerqué a la casa, entré en el jardín, puse el pie en el primer escalón de la puerta y allí me detuve, porque mis pensamientos absorbían todo mi ser y necesitaba estar inmóvil para meditar mejor. Creo que permanecí en aquella actitud más de media hora. Silencio profundo reinaba en la casa.
Me transporté pues allí á fines de 1826, y permanecí en ella durante ocho meses.
Y no se concedió el hospital a Orihuela. »Permanecí en la Diputación de Alicante desde el año 1871 hasta el 1876, en que me trasladé a Madrid.
Yo me presenté francamente entre ellas: una me acarició; las otras, incluso mi tía, me miraron con cierta indiferencia, y yo no debí preocuparme mucho tampoco de ellas, porque preferí meterme debajo de la mesa del comedor donde permanecí largo tiempo recorriendo las estampas de mi libro inseparable.
Mis buenos instintos parecían muertos y sólo sobrevivían en mí las malas tendencias. Había olvidado á mi madre, que lloraba, y á mi hermana, que me suplicaba. No tenía más ley que mi capricho y mis pasiones; era un ser despreciable y cobarde. Vi á mi madre suplicarme de rodillas que no la abandonase, que no deshonrase su vejez, y permanecí sordo á sus súplicas, y me reí de su desesperación...
»No sé cuanto tiempo permanecí en mi gabinete aturdida bajo aquel torbellino de pensamientos desquiciados y de visiones febriles, porque no hay medida para los huracanes del espíritu. El infeliz que los padece siente los estragos, pero no estima las horas. Y eso me pasó a mí.
Volví a casa completamente exhausto y helado, pues, a pesar de haber llevado puesto mi gran sobretodo de lana, que usaba para los paseos en coche cuando estaba en Helpstone, no había podido evitar que se colara el viento frío y cortante. Permanecí dos horas completas sentado junto al fuego para reparar lo perdido, hasta que al fin volvió mi amigo.
»¡Ah! ¡La fortuna y el crédito de Carlos, el misterio que le rodeaba, su secreto terrible del que dependía su libertad y su vida, todo estaba explicado, hasta su tristeza y sus remordimientos!... Afligida, aniquilada, y sin sentirme con valor ni aun para pensar ni para llorar siquiera, ignoré cuánto tiempo permanecí en aquel estado.
»Hacía un calor asfixiante, un sol que abrasaba, y, para preservarme del polvo, llevaba corridas las persianas de mi berlina, donde permanecí aguardando que llegasen a la posada las mulas para poder continuar mi camino.
Parecióme que al verme cerró los ojos, y que asió las rejas con sus dos manos para sostenerse. Cuando me dirigió la primera pregunta, temblaba su voz de tal modo, que era imposible entender sus palabras. Sin poder decir una sola, incapaz de discurso y de movimiento, permanecí yo breve rato con la cara apoyada en la reja. La monja que la acompañaba me obligó por fin a romper el silencio. La Sra.
Palabra del Dia
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