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Actualizado: 24 de junio de 2025
Tenía un miedo tan grande a que se la pegara, como ella decía, que sólo con la idea se estremecía y empezaba a injuriarme. Después me pedía perdón, riendo de sí misma. Cerca de su casa había un establecimiento de bebidas, que solía estar abierto hasta hora muy avanzada.
Máximo respondió tristemente: ¿Quién sabe si no empieza uno por engañarse a sí mismo?... Pero no he querido hablar con usted para disertar sobre psicología sentimental, sino para pedirle perdón. ¿Ha sospechado usted de mí, verdad? dije sonriendo. Así debía ser, pues las apariencias estaban contra mí. Y le importaba a usted poco, confiéselo. No tan poco, puesto que tuve una gran pena.
Pues si eso no, resígnese usted a sentir el moscón en su oído. ¿Y qué dirá el moscón? Dirá que usted no tendrá salud mientras no tenga paz en su espíritu, y no tendrá paz en su espíritu mientras no tenga familia. ¿Y cuándo tendrá usted familia? Cuando se reconcilie con su esposa, previo el arrepentimiento de ella y el perdón de usted. ¡Arrepentimiento, perdón!
Muy bien hecho; ¿y qué obligación tenías tú de quererme? Bastante hacías ya, con no avergonzarte de oir mis palabras. Yo soy quien te pido perdón, por haber sido atrevido contigo, y por haber estorbado quizás en aquel tiempo que tu quisieras al que te dictaba tu corazón. Cuando yo considero esto, me da mucha pena.
Luciana mía exclamé, si la he disgustado a usted, le pido perdón... Y, sobre todo, no llore, pues no podría resistir sus lágrimas, y no sé qué me impediría colgarme de la rama más alta de ese roble. Excelente medio de arreglar de una vez nuestras querellas dijo Luciana riendo.
Pidiéronme perdón, y ofreciéronme toda caricia. Yo rabiaba ya por comer y cobrar mi hacienda, y huir de mi tío. Pusieron las mesas, y por una soguilla en un sombrero, como suben la limosna los de la cárcel, subieron la comida de un bodegón que estaba a las espaldas de la casa, en unos mendrugos de platos y retajillos de cántaros y tinajas. No podrá nadie encarecer mi sentimiento y afrenta.
Sin embargo, al ver a la chica inmóvil, en actitud altiva y desdeñosa, dijo de nuevo, con más firmeza: Vamos, hija, ve a pedirla perdón, ya que la has ofendido. La niña hizo su peculiar mohín de desprecio con los labios, y murmuró muy bajito: ¡Sí, en eso estoy pensando! Vaya, Ventura, ¿qué murmuras ahí? Anda, antes que me enfade. Anda, anda, Venturita. Ve allá.
Sancho, que a todo estaba presente, dijo, meneando la cabeza a una parte y a otra: ¡Ay señor, señor, y cómo hay más mal en el aldegüela que se suena, con perdón sea dicho de las tocadas honradas! ¿Qué mal puede haber en ninguna aldea, ni en todas las ciudades del mundo, que pueda sonarse en menoscabo mío, villano?
Tuvo miedo que hubiese ido derecha á tirarse por la muralla ó se tragase una caja de fósforos. Así que, no tardó mucho en despedirse de la buena compañía y se vino hacia casa con el objeto de cerciorarse de que nada funesto había ocurrido y también con el loable propósito de reconciliarse con su querida, si ésta se allanaba á pedirle perdón.
Aunque tu experiencia no te aprovechara a tí, ha aprovechado a tu hijo, a quien quieres más que a tí misma... ¡Y no puedes reprocharme que te aconsejara mal por malicia o mala voluntad! Te aconsejé como pude y como supe. Si me equivoqué, merezco tu perdón.
Palabra del Dia
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