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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Después trazó el de su niña «Emilia»; después el de su hijo mayor «Pepito». Las letras despedían hermosos reflejos azules. El dedo de la condesa, al trazarlas, producía débil chirrido. Quedóse un instante pensativa. De pronto escribió rápidamente con caracteres casi ininteligibles sobre el cristal el nombre de «Carlos». Era el de su marido.

Hasta la primavera he jurado estar aquí y ya comienza a aletear sobre este suelo. Mire usted estos rosales; mire esos naranjos... ¡Ay! me da miedo la primavera; ha sido siempre para la estación fatal. Quedó pensativa algunos minutos. Doña Pepa y la italiana se habían metido en la casa. La buena vieja no podía pasar mucho tiempo lejos de la cocina.

Acaecíales muchas veces pasar de esta manera una o dos horas antes de acostarse, pues la señorita estaba acostumbrada de antiguo a leer en las altas horas de la noche. No parecía tan absorta en la lectura como otras veces. Posaba el libro con frecuencia sobre la mesa y se quedaba largo rato pensativa con la mano en la mejilla. Tornaba a cogerlo vacilando, para dejarlo otra vez muy presto.

Escuchábame ella pensativa. Su animación y su ardor para defenderse habían desaparecido. Los párpados caídos me ocultaban sus ojos y una expresión de indecible tristeza ensombrecía su linda cara. La languidez de toda su persona, de su talle inclinado, de sus manos abandonadas, hacíala infinitamente interesante. Tomé una de aquellas manos, inertes en la falda, y la oprimí contra mis labios.

Su hermano Nicolás había de parar en canónigo, y quién sabe, quién sabe si en obispo... En fin, que por todos lados se ofrecía a la joven pareja horizontes sonrosados. En estas y otras conversaciones se pasaron la primera noche, hasta que se retiró Maximiliano a su casa, quedándose Fortunata tan pensativa y preocupada que se durmió muy tarde y pasó la noche intranquila.

Linilla sonreía alegremente, pensando en la próxima llegada de su protector; pero no podía disimular su tristeza. A cada rato bajaba los ojos, y se ponía pensativa y suspiradora. La atormentaba, sin duda, la idea de que iba a separarse de la enferma, y como si quisiera dejarle grato recuerdo de sus cuidados, la pobre niña se extremaba en todo cuanto a la anciana se refería.

Tenía en su rostro una expresión grave y pensativa, como si presintiese que este encuentro iba á influir en su existencia. Pero al desaparecer Elena con sus acompañantes detrás de un montículo arenoso, el gaucho, no sintiendo ya el deslumbramiento de su presencia, sonrió con cinismo. Varias imágenes salaces desfilaron por su pensamiento, desvaneciendo sus dudas y devolviéndole su antigua audacia.

Su voz se fué perdiendo en las encrucijadas del camino. Flora permaneció todavía algunos instantes á la ventana pensativa y sonriente. Al fin la cerró, se desnudo á toda prisa y se metió en la cama. Murmuró sin dejar de sonreir las oraciones acostumbradas, y sonriente, siempre sonriente, se quedó dormida. ¡Ah, si supiera!...

Sobre su cuerpo proteico revivieron la silueta pensativa y delicada de Rousseau, joven; el perfil epigramático de Voltaire, la gracia conquistadora de Richelieu, la hermosura arrogante de Enrique IV, la cabeza atormentada de Napoleón, y también la belleza infinitamente espiritual de Sofía Arnould, la célebre intérprete de Gluck y de Rameau, y la frivolidad boulevardier de Frétillon, y la hermosura voluptuosa de Ninon de Lenclos... Para todos estos «elegidos» del talento y de la gracia, tuvo el genio multiforme de Virginia Déjazet una inflexión exacta de voz y un gesto feliz.

Vea usted, señorita: si Ricardo está creyendo que yo pretendo a Gabriela, es porque alguno le ha engañado.... ¡Alguno que ha querido burlarse de nosotros...! Luisa nos escuchaba atentamente, jugaba con el abanico, y sonreía al oirme. Teresa se quedó un instante pensativa. Oiga usted, Rodolfo: ¿me quiere usted hacer un favor? Veamos, ¿cuál?... ¿Tiene usted amores con esa señorita? No. ¿De veras?

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