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Actualizado: 20 de junio de 2025
Sosegóse no obstante muy luego, y agregó: No me pasmo de nada de eso, ni digo que don Eugenio mienta; pero... usted... es un papanatas, un infeliz, porque aquí no se trata de Sabel, ¿entiende usted?, sino de su padre, de su padre. Y su padre le ha engañado a usted como a un chino, vamos.
Hijo, es preciso hacer algo por la vida: considera que es uno un pobre, con mujer, nueve hijos, dos suegras y tres cuñadas; dos suegras, sí señor, la madre y la abuela de mi mujer, y si uno no se da maña para mantener a este familión... La verdad es que a todos les di cordelejo: a D. Mauro, al papanatas de Juan de Dios, y a ti mismo, que ahora resucitas para pedirme a Inés. ¿Pero la amabas tú?
Al día siguiente, la historia de la cadina correría por París entero, justificando gloriosamente su fuga de Constantinopla, y rodeándole a él de la aureola de lo novelesco, de lo absurdo, de lo imposible; pedestal el más alto sobre que suele colocar sus ídolos de un día el público de papanatas ilustres, que anda a caza de novedades y cuentos.
Susana decía que los hombres eran unos papanatas, y yo comparto las opiniones de Susana. ¡Oh, oh! dijo el comandante, mirándome con un aire tan bondadoso, que tuve miedo de estallar en sollozos; ¡tanta misantropía en tanta juventud! No contesté nada, y como en aquel momento llegábamos a una espaciosa terraza, me escapé de su brazo y corrí a esconderme tras una enorme arcada.
Hasta que un amigo le dice al oído: «¿No ves, papanatas, que lo que tu huésped quiere no son banquetes, ni pescas, ni cacerías, sino a tu hermosa mujer?» Entonces el chino, despertando de pronto de su ignorancia, toma a su mujer de la mano, se dirige con ella al mandarín, y le dice: «Perdóname, señor, yo no veía tu tristeza, yo no adivinaba tus deseos. Aquí tienes a mi esposa.
No queremos que nos oigáis. ¿Quién es ese papanatas de la boca abierta? ¡Qué insolencia! ¡Qué cobardía! Han abusado de sus fuerzas esos viles romanos. ¡Oh, nuestros pobres maridos! Os lo juro: ¡antes les sacaría los ojos a todos los romanos que serle infiel a mi pobre marido! Puedes dormir tranquilo, caro amigo mío. ¡Velo por tu honor! ¡Yo también lo juro! ¡Y yo también!
Usted creerá haberme aplastado preguntando: «¿Dónde está el capital?...». Se hacen figurar todos esos millones y más si se desea en los Estatutos, y sobre todo en las vidrieras y el rótulo, con letras de a dos palmos. Pero en realidad se empieza con treinta o cuarenta mil pesos... Y también me dirá usted: «¿Dónde están?...». El señor Kasper, que tiene en gran aprecio a Martorell y cree en el negocio, promete traerlos. Además, contamos con los buenos señores que entrarán en el Directorio... Siempre se encuentran media docena de tenderos deseosos de figurar al frente de un Banco. Gusta mucho poder decir a los amigos: «Esta tarde tengo sesión de Directorio». Da importancia escribir a los parientes de Europa, a los papanatas de la tierra, en el papel del Banco con un membrete que impone respeto, en el que se consignan los millones del capital y las operaciones del establecimiento. El catalán, que «conoce el corazón humano» y es gran aprovechador de vanidades, tiene echado el ojo desde su viaje anterior a unos cuantos compatriotas.
Es porque tienes celos de ese capellanzaco que lleve el diablo... Mira, Jacinto, si te ofende que hable con él no lo haré más; pero aunque te ofenda me dejarás que te diga una cosa... y es que eres un papanatas. Y acompañó esta reflexión de un pellizco tan elocuente que Jacinto no tuvo más remedio que darse por convencido. En un instante quedaron hechas las paces.
Palabra del Dia
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