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Actualizado: 20 de junio de 2025
Mientras las puertas del Congreso estaban cercadas por una multitud de papanatas, a quienes se prohibía hasta aproximarse a la acera, él las atravesaba erguido entre las reverencias de los porteros, que, al abrirle respetuosamente la mampara de rojo terciopelo, le decían: Pase Usía.
Era un desfile brillante de autoridades y uniformes, que admiraba a los papanatas; grupos de chicuelos y mujeres se agolpaban ante los Eccehomos que se exhibían en las calles sobre un pedestal: imágenes manchadas con brochazos de sangriento bermellón, la corona de espinas sobre las lacias y polvorientas melenas que agitaba el viento, una caña entre las manos y a los pies una bandeja con céntimos y un viejo pedigüeño.
Y el marqués devoraba estos periódicos, y contemplaba en éxtasis a aquellos hombres que tanto les daban que decir; y se comparaba con ellos, y no se vela más bajo, ni menos ostentoso, ni menos solemne, ni menos «honorable»: ninguno tomaba tan en serio como él eso de «los organismos políticos», «las energías de la patria», «el sentimiento público», «la alteza y respetabilidad de los cuerpos colegisladores» y otras cosas tales; ninguno le ganaba en desinterés, ni en celo, ni en instinto político, y pocos, muy pocos, llegarían a aventajarle en el modo y manera de utilizar con honra propia y decoro del sistema «la tribuna del Parlamento». Esto era «obvio, de toda notoriedad e inconcuso», y, sin embargo, su nombre no aparecía jamás entre aquellos otros, tan traídos y tan llevados, ni había un papanatas que le siguiera, ni un mal periodista que le preguntara su parecer sobre la política del Czar y las últimas circulares de nuestro ministro de Estado.
Que otros saquen las castañas del fuego para que vosotros os estéis como unos papanatas oyendo historias con la boca abierta. ¡Buena cerveza! Nuestros seis mil tunantes, el príncipe y sus caballeros, yo y la mula con el cobertor de pluma salimos por fin de Turena, dejando allí sangrienta memoria.
¡Pobre adolescente! ¿Para qué había nacido? ¿Qué iba a dejar de su paso por el mundo? ¿Por qué la Naturaleza, que muchas veces niega su fecundidad a seres fuertes, se había mostrado pródiga en el ayuntamiento sin amor de un tísico moribundo? De nada le servía tener caballos, carrozas, servidores uniformados que le saludasen y papanatas que le dieran vivas.
Hablaba riendo, como si quisiera cegar con el brillo de su dentadura a todos los papanatas que la contemplaban de lejos. Por todo el mercado extendíase un rumor de curiosidad, un zumbido de admiración y escándalo, al ver frente a frente, a la faz de toda la ciudad, hablando con sonrisa de buena amistad al diputado y la cantante.
Fermo, tú eres un papanatas; el mundo está perdido: por eso todos piensan mal y por eso hay que andar con cien ojos.... Hay que aparentar más virtud que se tiene, aunque se sea un ángel. ¿No sabes que de nosotros dicen mil perrerías? Glocester, don Custodio, Foja, don Santos y el mismísimo don Álvaro Mesía, con toda su diplomacia, pasan la vida desacreditándote. ¡Basta, madre, basta por Dios!
El chico me han dicho que está medio acabao. ¡Vaya un papanatas! ¡Como si por cantar la gallina le dejasen de apretar el gañote! Lo que debe tener un hombre ante todo es dirnidad, mucha dirnidad, y morir como Dios manda, sin dar que decir a la gente. Pero ya ve usted que eso no se puede remediar: unos son valientes y otros cobardes repliqué en tono de mal humor.
Pero este papanatas sí las ha visto, y por eso yo le preguntaba; sólo que tiene una cabeza como un marmolillo y todo lo olvida.
De pronto, los dos instrumentos enmudecieron... pasó un minuto, y el mismo silencio; pasaron dos, tres minutos... ¿Se habrá ido ya? pensó misia Gregoria, ya no suena esa vocecita de flautín, que me arañaba el oído. Bernardino tampoco resuella. ¿A que ha cedido el muy mandria? ¡Y yo que me estoy aquí hecha una papanatas!
Palabra del Dia
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