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Actualizado: 20 de junio de 2025
No era la misma mujer con quien había hablado dos días antes. Ya tenía la palabra en la boca para despedirla con buen modo, cuando se sintió ruido como de mano golpeando en los cristales de un mirador, y luego una voz que llamaba a Guillermina. Asomose esta. Fortunata oyó claramente la voz de doña Bárbara preguntando: «¿Está ahí Jacinta?». iii La santa vaciló antes de dar respuesta.
Oyó las campanadas de las doce, y suponiendo que Velázquez estaría ya bien dormido, se echó el mantón sobre los hombros, bajó quedo la escalera, abrió la puerta con cautela, salió y la cerró sin ninguna, echando la llave y dejándola puesta para que su querido no pudiera salir á perseguirla, en el caso de que despertase.
Cuantas cualidades detestables mi madre le atribuye, se me antoja que no lo son en él, porque es un ser de superior natural jerarquía y está exento de la ley común para los demás mortales. Con la mirada fija, con el semblante no risueño, como le tenía de costumbre, sino triste y grave, y sin acertar á contestar palabra, oyó Lucía la inesperada confesión de Clara.
Diéronselos como medicina santa, y tomarlos y empezar a sentir las arcadas del cólera, fue todo una misma cosa. Esto era demasiado espantoso para que el digno concurso pudiera hacer comentarios. El silencio torvo con que lo oyó probaba su escasez de ideas ante aquel hecho y el alarmante recogimiento de sus pasiones, que se concentraron para brotar en seguida con más fuerza.
No le llamó «indio», pero Julio oyó interiormente la palabra lo mismo que si el alemán la hubiese proferido. ¡Ay, si la garra oculta y suave no le tuviese sujeto con sus crispaciones de emoción!... Pero este contacto mantuvo su calma y hasta le hizo sonreir. «¡Gracias, capitán! dijo mentalmente . Es lo menos que puedes hacer para cobrarte.»
Hubo aquello de «con tal que no haya escándalo..., yo no quiero líos..., usted parece persona decente, etc., etc.». Todo lo cual oyó Cristeta violentándose para no enviar a la Jesualda noramala.
Postrado en el suelo, en un rincón del cuarto, rodeado siempre por la más completa obscuridad, pudo oír que un carruaje acababa de detenerse bajo de los balcones, y al rato, que se abría y cerraba con gran cuidado la puerta de calle: sintió en seguida pasos en la gran escalera: quiso llamar para apurar a los que venían, pero la palabra se ahogó en su garganta y tuvo que esperar: oyó los pasos en el vestíbulo y unos segundos después el ruido de una llave en la cerradura de la puerta de la habitación en que se hallaba: la puerta se abrió y dio paso a alguien: el frou-frou de la seda le indicó que era Blanca que regresaba.
En aquel instante oyó Roger, tres veces repetida, la nota penetrante de un clarín, y saltando de la roca en que estaba sentado vió que los arqueros empuñaban sus armas y se dirigían apresuradamente hacia los caballos. Llegó en pocos momentos al grupo que formaban los jefes y oyó al señor de Fenton que decía: No me queda duda, es el toque del clarín enemigo.
Rafael miraba avergonzado al suelo; tenía miedo de verla, miedo de contemplarse con las ropas en desorden, sucio de tierra, batido y golpeado como un ladrón al que sorprende un amo fuerte. Oyó la voz de Leonora, hablándole con la despreciativa familiaridad que se usa con los miserables. ¡Vete! Levantó los ojos y vio los de Leonora irritados y altivos, fijos en él.
Al sonar las doce de la noche, se oyó el rasgueo de una guitarra y en seguida una voz que cantaba: ¡Vale más lo moreno De mi morena, Que toda la blancura De una azucena! ¡Qué tonterías! exclamó Rosa Mística, levantándose de la cama . ¡Qué larga será la cuenta que haya de dar a Dios de tanta palabra vana! La voz prosiguió cantando: Niña, cuando vas a misa, La iglesia se resplandece.
Palabra del Dia
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