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Actualizado: 20 de junio de 2025
El comandante se dio un golpe en la frente, recordando que se había hallado en lo de Constela durante el incidente; pero no atinaba a dar en cómo el reloj había llegado a su bolsillo. A que le esclareciesen el punto y a devolver la prenda fue a la comisaría 2ª. El comisario oyó toda la relación y luego le preguntó si recordaba qué vecinos había tenido durante su estada en la casa de remates.
Admiraba Roger el marcial talante de la tropa, cuando le sorprendió un sollozo que oyó á su espalda. Volvióse vivamente y vió con asombro á Doña Constanza, que pálida y desfallecida se apoyaba en el muro de la habitación y procuraba ahogar con un pañuelo posado sobre los labios los sollozos que agitaban su pecho. Los hermosos ojos fijos en el suelo, estaban llenos de lágrimas.
Este grito extraño, que ya habían oído antes, salió de pronto de entre las rocas, interrumpiendo la frase del Capitán. Casi al mismo tiempo se oyó exclamar a Van-Horn: ¡Eh, monazo del demonio: en cuanto hagas el menor movimiento, te aso! ¡Palabra de marinero!
4 Y todo Israel oyó lo que se decía: Saúl ha herido la guarnición de los filisteos; y también que Israel olía mal a los filisteos. Y se juntó el pueblo en pos de Saúl en Gilgal. 9 Entonces dijo Saúl: Traedme holocausto y sacrificios pacíficos. Y ofreció el holocausto. 10 Y cuando él acababa de hacer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl le salió a recibir para saludarle.
Llamaron por segunda y tercera vez con insistencia, y se oyó una voz de mujer que dijo recatadamente detrás de la puerta: ¡Señora! ¡señora! ¡por amor de Dios! ¡oíd, si no queréis que suceda una desdicha! La condesa se acercó á la puerta. ¿Qué sucede, Josefina? dijo. El señor conde de Lemos acaba de llegar á la quinta y pregunta por vuecencia. ¡Ah! ¡mi marido! dijo la condesa.
El general, lleno de ira, dio un paso hacia ella y se oyó al mismo tiempo un gemido sordo: era que Enrique, sintiéndose peor de su herida, se desmayaba, y hubiera caído sobre el pavimento si no lo hubiese yo sostenido en mis brazos. La cólera del general, cambiando súbitamente de dirección, descargó sobre su sobrino.
Mientras así estaba llorando delante de Dios, oyó una voz, como de quien estaba enojado, que hablaba con él y le decía: «Por tu amancebamiento y por las confesiones mal hechas, te ha sobrevenido esta desgracia.»
Vino el cirujano, reconoció la herida, meneó la cabeza murmurando malorum, y tras el cirujano se acercó a la covacha el capellán, y oyó en confesión a Mañuco.
En lugar de tratar de calmar sus temores, los alentaba con esta idea supersticiosa e inherente a cada uno de nosotros de que cuando más se espera el mal resueltamente, menos probable es que suceda; así fue que cuando oyó que se acercaba un caballo al trote y vio que un sombrero sobrepasaba la cerca más allá del codo del sendero, le pareció que su conjuro había tenido éxito.
Luego se llevó una mano á los ojos, y apoyando sus codos en las rodillas gimió sordamente: Era mi madre... ¡Mi pobre mamá, que tanto me quería! Hubo un largo silencio. Torrebianca, como si no quisiera mostrar su dolor en presencia de su mujer, se refugió en una habitación inmediata. Elena, ceñuda y malhumorada, le oyó gemir y pasearse al otro lado de la puerta. Así transcurrió mucho tiempo.
Palabra del Dia
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