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Entre los indios era conocido Aquel monazo viejo, y respetado, Y por señor y rey era tenido De aquel áspero monte, y despoblado. Rui Diaz de esta isla fué partido, El rumbo al Argentino enderezado, La costa y tierra firme van bojando, Y con los Guaranies rescatando.

En efecto, el salvaje había ya devorado el zapatos que el Capitán le había arrojado; pero no parecía satisfecho. Al ver el montón de moluscos, y animado por el primer regalo, se arrojó encima, arramblando con todas las olutarias que pudo; pero Van-Horn, que no lo perdía de vista, lo agarró por una pierna y tiró de él, diciéndole: ¡Quieto, monazo! ¡Suelta eso o te estrangulo!

¡Ah, tunante! exclamó Van-Horn . ¿Otra vez vuelves?... ¡Eres audaz, monazo! Y se presenta a nosotros con la pintura dijo el Capitán. Y con la corteza del wai-waiga añadió el marinero . Es una verdadera declaración de guerra, señor Van-Stael. Pero ¿qué significa esa lúgubre pintura? preguntó Cornelio. Es su atavío de guerra respondió el Capitán. ¿Y ese trozo de corteza de árbol?

Este grito extraño, que ya habían oído antes, salió de pronto de entre las rocas, interrumpiendo la frase del Capitán. Casi al mismo tiempo se oyó exclamar a Van-Horn: ¡Eh, monazo del demonio: en cuanto hagas el menor movimiento, te aso! ¡Palabra de marinero!

Rui Diaz muy confuso contemplaba El bruto razonar de aquel monazo, Y como el arcabuz presto llevaba, Tirando le matò de un pelotazo. Los dos monillos pages que llevaba, Oyendo aquel terrible arcabuzazo, Aprietan por el monte, dando gritos, Mas en breve acudieron infinitos.

A su lado en el tronco dos estaban, A la banda siniestra y la derecha: Aquestos la saliva le quitaban, Que gritando el monazo vierte y echa. Concluso su sermon, todos gritaban, Y la cuadrilla y junta ya deshecha, Aprieta cada cual dando mil gritos, Y despacio el mono y pagecitos.

Aquella gente tiene su lujo, su aseo y su elegancia de cejas arriba, y aunque se cubra de miserables trapos, no pueden faltar el moñazo empapado en grasa y bandolina, ni los rizos abiertos y planchados sobre la frente, como una guirnalda de negras plumas, pegada con goma.

Un mundo de monos es la otra pintura. Las dos hojas del libro están llenas de monos: un mono colorado juega con un monito verde: un monazo de barba le muerde la cola a un mono tremendo, que anda como un hombre, con un palo en la mano: un mono negro está jugando en la yerba con otro amarillo: ¡aquéllos, aquellos de los árboles son los monos niños! ¡qué graciosos! ¡cómo juegan! ¡se mecen por la cola, como el columpio! ¡qué bien, qué bien saltan! ¡uno, dos, tres, cinco, ocho, dieciséis, cuarenta y nueve monos agarrados por la cola! ¡se van a tirar al río! ¡se van a tirar al río! ¡visst! ¡allá van todos!