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Actualizado: 10 de junio de 2025


Oyose una risa tenue como un céfiro. Fue a caminar en opuesto sentido, y una jícara que había rodado sobre el tapiz crujió bajo su pie como una nuez aplastada. Alguien hizo sonar por mofa la cuerda de un rabel. La risa aumentó.

Oyose de pronto un leve ruido. Magdalena alzó la cabeza. Amaury se volvió y vieron al señor de Avrigny que les miraba de hito en hito con manifiesta severidad. ¡Mi padre! exclamó Magdalena echándose hacia atrás. ¡Mi querido tutor! dijo Amaury levantándose para saludarle y sin poder disimular su turbación.

A mediodía, cuando Materne y sus hijos se disponían a partir, oyose un grito más fuerte, más prolongado que los demás: «¡Los cosacos!, ¡los cosacosTodo el mundo salió fuera, a excepción de los cazadores, que se limitaron a abrir una ventana para ver lo que pasaba; la gente huía a campo traviesa; hombres, rebaños, carros, todo se dispersaba como las hojas ante el viento del otoño.

Oyose un rumor de chapines y un crujir de sedas en la galería, y Beatriz apareció vestida de negro y olorosa como un sahumador encendido. Mientras Ramiro se inclinaba con donaire, la doncella dejó caer su manto hacia atrás. Doña Alvarez, que la acompañaba, quedose en la estancia vecina. ¡Solos! se dijo el mancebo. Uno y otro temblaban.

Ramiro se le fue aficionando por la cínica destreza con que vencía o esquivaba las mayores dificultades, y, al despedir ahora a toda la servidumbre, quiso conservar a Pablillos, que, con el escudero y Casilda, eran los últimos puntales de su decadencia. Oyose rumor de pasos en la galería. Alguien golpeó la puerta con los nudillos. Entrad dijo Ramiro. Y los genoveses se presentaron.

Amaranta y yo hacíamos esfuerzos por contener la risa. De pronto oyose ruido de pasos, y la doncella entró a anunciar la visita de un caballero. Es el inglés dijo Amaranta . Corra usted a recibirle. Al instante voy, amiga mía. Veré si puedo averiguar algo de lo que usted desea.

Tropezó este último en la fuente de la Cibeles y oyóse el ruido del agua cual si hubiese caído dentro; levantóse, sin embargo, al punto, y su veloz carrera púsole bien pronto al abrigo de las tinieblas.

Por un balcón de la estancia inmediata, dejado entreabierto para renovar la atmósfera, comenzó a soplar el aire saturado de aromas campestres, oyose el canto vigoroso de los gallos, y primero en vago resplandor, luego en torrentes de claridad, entró la luz del día, saludado con maravillosos gorjeos por los millares de pájaros que rebullían entre el ramaje de las huertas.

Concluido el sermón, oyose un cántico suave que le hizo estremecerse de gozo: era la preciosa voz de María que entonaba con más dulzura que nunca el aria de Traviata: «Gran Dio, morir si giovine...» Cuando terminó, sonaron prolongados aplausos en la iglesia. Después, toda la gente se apretó contra el altar mayor dejando libres las cercanías del enrejado.

Oyose en la sala una retahíla que parecía oración o romance de ciego; oyéronse bostezos, sobre los cuales trazaba cruces el perezoso dedo.... La familia de piedra dormía. Cuando la casa fue el mismo Limbo, oyose en la cocina rumorcillo como de alimañas que salen de sus agujeros para buscarse la vida.

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