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El piano, en el momento de dar comienzo la presente historia, preludiaba con sonidos vibrantes el allegro apasionado de la Traviata «gran Dio, morir si giovine». Terminado el preludio, empezó un acompañamiento suave y discreto. La ansiedad era grande. Al fin, sobre el acompañamiento se alzó una voz clara y dulcísima que sonó en toda la plaza como eco del cielo.
Concluido el sermón, oyose un cántico suave que le hizo estremecerse de gozo: era la preciosa voz de María que entonaba con más dulzura que nunca el aria de Traviata: «Gran Dio, morir si giovine...» Cuando terminó, sonaron prolongados aplausos en la iglesia. Después, toda la gente se apretó contra el altar mayor dejando libres las cercanías del enrejado.
Palabra del Dia
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