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Actualizado: 9 de junio de 2025
¿Tan alta era la mujer de quien os enamorásteis? Ni me enamoré, ni era alta la mujer á quien mi pensamiento consagró mi amor. Era tan pobre y tan humilde como yo... ¡Margarita! Fray Luis inclinó la cabeza sobre una de sus manos, y repitió con voz opaca y concentrada: ¡Margarita!
Bien entonces, si es su amigo, le aconsejo que esté siempre alerta. ¿Está usted seguro de que no ha visto jamás a este otro hombre? ¿qué no conoce a este amigo de Seton? me interrogó muy encarecidamente. Tomé en mi mano el retrato y me acerqué adonde estaba la opaca lámpara de kerosene. Lo examiné muy atentamente y me fijé en todos sus detalles.
La luna estaba algo oculta por las nubes, pero a la luz opaca y nebulosa que esparcía, pude distinguir que aquellas dos figuras eran un hombre y una mujer. A él me fue imposible reconocerlo de espaldas; pero el porte y el modo de caminar de su compañera, al encaminarse con paso apresurado hacia el sombrío círculo de obscuros y desnudos árboles, me eran muy familiares. Aquella era Mabel Blair.
Era una faja de color azul, mate y opaca, que empezaba por marcarse levemente en el filo interior de las ventanas.
Al principio no oyó más que el crujir de los hierros de la cama del clérigo, que era muy mala y endeble, y en cuanto se movía el desgraciado ocupador de ella volvíase toda una pura música, la que unida al ruido de los muelles del colchón veterano, hubiera quitado el sueño a todo hombre que no fuese Nicolás Rubín. Después oyó doña Lupe la voz de Maxi, opaca, pero entera y firme.
Sintió la Comadreja que el brazo de Amparo temblaba, y la miró, y le halló desencajada la faz. Tú no estás bien, chica... ¿qué tienes? ¿Te da algo por la cabeza? Suéltame contestó con voz opaca la Tribuna . A donde voy no me hace falta compañía. ¡María Santísima!, ¿a dónde vas, mujer?, ¿qué es esto? ¡Que a dónde voy! Pues a apedrearles la casa, para que lo sepas.
Pretendí formar una idea exacta acerca del sentimiento que me inspiraba: al recordar su mirada, opaca, llena de una vida ardiente, su sonrisa triste, amarga en medio de su resignación, sus encantos uno por uno, y después el magnífico conjunto de aquellos detalles admirables: el no sé qué misterioso, vago, indefinible que emanaba de sus miradas, de su sonrisa, de su acento, de su actitud, de todo su ser, de su alma exhalada siempre en una manifestación sentida, dulce, extremadamente simpática, mi corazón me decía inflamado de un ardor desconocido para mí: Necesito que sea mía, enteramente mía.
Anduve vagando por el Ponte Vecchio y a la luz opaca y mística de la Santissima Anunzziata; por la tarde fui a visitar a varios amigos, y a la noche comí en casa de Doney, pues preferí cenar aquí antes que en la apretada table d'hôte del Saboya, lleno de ingleses y americanos. A las once esperé en el hall del hotel al viejo Carlini, y cuando llegó, le hice subir, lleno de ansiedad, a mi pieza.
Así le miraba a él, así le sonreía en la época feliz, cuando cabalgaban juntos en las desiertas campiñas iluminadas de suave carmín por el sol moribundo. «¡Mardita sea!...» Pasó malhumorado la noche con unos amigos, luego durmió mal, viendo reproducidas muchas escenas del pasado. Cuando se levantó entraba por los balcones la luz opaca y lívida de un día triste.
La inquieta expectación; la opaca y misteriosa media luz del sótano, cerniéndose de una manera fantástica sobre el bulto disforme de una deidad china en el fondo; el somnoliento aroma del opio mezclado con el olor de especias y la incertidumbre de lo que realmente estábamos esperando, nos sobrecogían con estremecimientos de instintivo temor: nos mirábamos unos a otros con forzada sonrisa.
Palabra del Dia
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