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Actualizado: 26 de junio de 2025


Fernando creyó igualmente que el músico huía de mostrarse ante su mujer en esta forma cortés tan contraria a la realidad, temiendo sin duda la muda ironía de sus pensamientos. Quedaron solos hasta cerca de media noche en un rincón de la cubierta, teniendo entre los dos al pequeño Karl, que empezaba a familiarizarse con Ojeda.

Ojeda dejábase vencer de nuevo con cualquiera de estos incidentes. Al llegar a tierra sería otro hombre, recobraría su fidelidad; pero aquí estaban en pleno Atlántico, y ¡quién sabría nunca lo que ocurriese!... Había que entregarse a su destino; seguir las sugestiones irresistibles del «gran impuro». Y Maud la dominadora le veía otra vez sujeto a su encanto atormentador.

El doctor Ojeda, como lo llamaban para mayor honor mullos pasajeros, tuvo que agacharse y doblarse a impulsos de Nélida, y acabó por introducir su respetable personalidad debajo de un diván de exigua altura. Luego la joven colocó ante él, formando barricada, una maleta, un saco de ropa sucia y una gran caja de sombreros.

Cualquiera diría que ha tenido usted malos sueños... o que ha estado la noche entera sin dormir. ¡Cuando le digo que la he pasado muy bien!... Y Maltrana, ante el tono de impaciencia de su amigo, no quiso insistir más. Su aspecto no es mejor que el mío dijo Ojeda sonriendo . De seguro que se acostó tarde... ¿A ver esa cara? Muy bien: no tiene usted señal de golpe.

Sus caricias habían sido tristes, desesperadas; algo semejante pensaba Ojeda a los amores de un condenado a muerte en vísperas del suplicio.

Otros capitanes iban en la expedición, veteranos de las guerras con el sarraceno; pero el inquieto Ojeda, mozo de veinte años, se sobrepuso a todos ellos.

Una cantidad de poca importancia para allá; pero que traducida a dinero de Europa representa cincuenta mil o cien mil francos: el producto de media docena de libros, el sueldo de ocho años de cátedra ganado en un par de meses. Ojeda se imaginaba las consecuencias del viaje.

Y miraba audazmente a Fernando con ojos de provocación, para que no tuviese dudas sobre la persona a la que iban dirigidos tales elogios. Se había incorporado Ojeda en su asiento para mirarla también con atrevida fijeza. Un perfume de carne joven, de frescura tentadora, parecía envolverla. No era la dulzura marchita de la alemana ni el esplendor de fruto maduro de Mrs. Power.

Pero Ojeda repelió con mal humor el inoportuno llamamiento. Maltrana podía representarle: delegaba en él toda la majestad de su importante cargo. A la mañana siguiente le buscaron los señores de la comisión.

Y figúrense ustedes continuó Ojeda lo que representa para España haber dado a luz cerca de una veintena de cachorros que están al otro lado del mar viviendo por cuenta propia, unos adelantados y cultos, otros impulsivos y montaraces, pero todos de su sangre y su apellido y con las ilusiones de la juventud. Maltrana asintió a estas palabras, pero añadiendo una opinión suya.

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