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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el rostro; y, tornándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó a echar de ver que no le hallaba; y, sin más ni más, se echó entrambos puños a las barbas y se arrancó la mitad de ellas, y luego, apriesa y sin cesar, se dio media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en sangre.

¡Ja, ja, ja! venía a decir, con la garganta y las narices ... ¡Ya están dándole vueltas!... Allá dentro, bien os oigo, miserables, no os ocultéis... bien os oigo repartiros mi dinero, ladrones; ese oro es mío; esa plata es del cerero.... ¡Venga mi dinero, señora doña Paula... venga mi dinero, caballero De Pas, o somos caballeros o no... mi dinero es mío! ¿Digo, me parece? ¡Pues venga!

-No qué me diga a eso -respondió Sancho-; sólo que las señas que me dio de mi casa, mujer y hijos no me las podría dar otro que él mesmo; y la cara, quitadas las narices, era la misma de Tomé Cecial, como yo se la he visto muchas veces en mi pueblo y pared en medio de mi misma casa; y el tono de la habla era todo uno.

Siguió todavía algunos momentos con las narices metidas por el mantel como en son de protesta contra las reticencias mal intencionadas de su tío. Al fin, vencido de los ruegos y los halagos de la tía, levantó la cabeza: aquélla se apresuró a secarle las lágrimas y los mocos con su propio pañuelo. Tomó otra vez el tenedor y siguió comiendo.

Ya no era su fisonomía enteramente la de un perro ratonero como de niño; había mejorado un poco; no mucho; la mejoría principalmente consistía en que andaba más limpio, sin mocos en las narices, ni repegones en las mejillas; aquel pelo indómito había conseguido, a fuerza de pomadas y cosméticos, domeñarlo, y lo llevaba aplastado sobre las sienes como los chulos.

Bermúdez sostuvo la mirada de la ilustre dama y olvidó por un momento los cincuenta años de la Marquesa. Suspiró... y en seguida se le subió la champaña a las narices, tosió, se puso casi negro, medio asfixiado y la Marquesa tuvo que darle palmadas en la espalda.

Olmedo, al mismo tiempo que sondeaba la inmensa gravedad del propósito de su amigo, no pudo menos de reconocer que a él, Olmedo, al perdulario de oficio, no se le había pasado nunca por la cabeza una majadería de aquel calibre. «Descuida, chico, lo que es por no lo sabrá nadie, ¡qué narices! Soy tu amigo ¿ o no?, pues basta ¡narices! Te doy mi palabra de honor; estate tranquilo».

Las narices. Un dia que volvia del paseo Azora toda inmutada, y haciendo descompuestos ademanes: ¿Qué tienes, querida? le dixo Zadig; ¿qué es lo que tan fuera de te ha puesto? ¡Ay! le respondió Azora, lo mismo hicieras , si hubieses visto la escena que acabo yo de presenciar, Habia ido á consolár á Cosrúa, la viuda jóven que ha erigido, dos días ha, un mausoleo al difunto mancebo, marido suyo, cabe el arroyo que baña esta pradera, jurando á los Dioses, en su dolor, que no se apartaria de las inmediaciones de este sepulcro, miéntras el arroyo no mudara su corriente.

Algunas veces le oía llamar a nuestros gobernantes, jugadores de raqueta, comparando las leyes que las dos cámaras se envían diariamente una a otra, a volantes que los franceses, boquiabiertos, miran pasar con ojos plácidos, hasta el momento en que caen sobre sus respetables narices y se las aplastan. De donde saqué yo, para mi gobierno, algunas deducciones que referiré a su tiempo.

Esta última razon con el mucho mérito del mozo determináron al cabo á la Señora. Por fin, dixo, si las narices de mi marido son un poco mas cortas en la segunda vida que en la primera, no por eso le ha de impedir el paso el ángel Asrael, quando atraviese el puente Sebinavar, para transitar del mundo de ayer al de mañana.

Palabra del Dia

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