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Actualizado: 11 de julio de 2025
CLEOPATRA. ¡Ah, mis queridas compatriotas! Todas juramos, pero no adelantamos nada con eso. Estos romanos son tan mal educados y brutales, que no se puede esperar de ellos que respeten nuestros juramentos. Al mío le he hecho sangre con los dientes en las narices. ¿Te acuerdas de él? Es un patán, un bruto. ¡Me estrechaba tan rudamente entre sus brazos! ¡Pobre marido mío!
Y luego, ¿qué significaba eso de casarse un mocoso, que no sabe dónde tiene las narices? ¿con qué contaba para el casorio? ¿tenía siquiera su carrera concluída? Estos muchachos de ahora son de una impavidez extraordinaria; todo se lo llevan por delante, y creen a pies juntillos en la engañifa aquella de «querer es poder»; así, no son pocos los desengaños.
En el otro cajón, debajo de sus narices, en actitud humilde y ridícula, vio a don Saturnino en cuclillas, inmóvil, olvidado por todos los presentes. Mesía no pudo menos de sonreír, a pesar de que le estaban llevando los demonios.
Ofreciéronsele en esto a la vista de don Quijote las estrañas narices del escudero, y no se admiró menos de verlas que Sancho; tanto, que le juzgó por algún monstro, o por hombre nuevo y de aquellos que no se usan en el mundo.
Sus labios apretados, sus narices abiertas, la palidez repentina de su frente atestiguaban el combate interior por que pasaba. Repentinamente bajando su látigo como para saludar. ¡Pues bien dijo perdón! En el mismo instante castigó violentamente su caballo, y partió al galope dejándome en medio del camino. No la he vuelto á ver después. 30 de julio.
El alcalde del crimen reclamó, en los primeros días, la persona del delincuente; pero fuese que Mariquita meditara que, aunque ahorcaran a su enemigo, no por eso había de recobrar la perdida trenza, o, lo más probable, que el influjo de su reverencia alcanzase a torcer las narices a la justicia, lo cierto es que la autoridad no hizo hincapié en el artículo de extradición.
Sobre la muerte de un amigo, sobre la ruina de la patria, sobre los suplicios y trabajos de un apóstol, está bien escribir elegías. Pero desventuras son, y no menores, que se le pudran las narices al Dr.
Sus padres no pudieron nunca hacer carrera con él: le metieron en el colegio para quitársele de encima, y hubieron de sacarle porque no dejaba allí cosa con cosa. Mientras que sus compañeros más laboriosos devoraban los libros para entenderlos, él los despedazaba para hacer balitas de papel, las cuales arrojaba disimuladamente y con singular tino a las narices del maestro.
Perdonen ustedes, no pueden ustedes entrar... les dijo don Anselmo, y les dio casi con la puerta en las narices. Y pude ver que uno de ellos levantaba el puño de la mano en actitud amenazante. En dos palabras di cuenta a don Anselmo de mi resolución de abandonar la casa. Vaya, vaya, ¿a usted también lo ha picado la tarántula?
Allí comenzaba el martirio del pobre animal. Aquel vino aromoso que tanto le agradaba, que le daba calor, que le ponía alas, cometían la crueldad de traérselo allí, a su pesebre, y hacérselo respirar; después, cuando tenía impregnadas en el olor las narices, ¡me alegro de verte bueno! ¡El hermoso licor de sonrosada llama era engullido completamente por aquellos granujas!... Y si no hubieran cometido más crimen que robarle el vino... Pero, todos esos seis eran unos diablos, en cuanto bebían... Uno le tiraba de las orejas, otro del rabo; Quiquet se le encaramaba en el lomo, Bélugnet le ponía su birrete, y ni uno solo de aquellos pícaros pensaba que de una corveta o de una sarta de coces el bueno del animal hubiera podido enviarlos a todos a las nubes y aunque fuese más lejos... ¡Pero, no!
Palabra del Dia
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