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Actualizado: 11 de julio de 2025
En efecto, cuando el joven estuvo al fin de la crujía le dió en las narices un olor indefinible, suculento, emanación de cien guisos, aroma especial que sólo analiza un cocinero; guiado por aquel rastro, el joven siguió adelante, y muy pronto atravesó una gran puerta y se encontró en la cocina de su majestad.
Mejor te pusieras a estudiar». Niño del mérito, papos-castos, ¿quieres hacer el favor de tocarme las narices? No te hagas ordinario dijo Rubín con bondad . Si no lo eres, si aunque quieras parecerlo no lo puedes conseguir.
Es tan limpia que, por no ensuciar la cara, trae las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todo esto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a no faltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre las más bien formadas.
Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a mi casa desde la plaza martirizando cuantas narices topaba en el camino. Entré en ella, conté a mis padres el suceso, y corriéronse tanto de verme de la manera que venía que me quisieron maltratar. Yo echaba la culpa a las dos leguas de rocín exprimido que me dieron.
Bien se adivinaba viendo la turba de muchachos atrevidos y pegajosos que se iban colando en la barraca, y cansados de contemplar, hurgándose las narices, el cadáver de su compañero, salían á perseguirse por el camino inmediato ó á saltar las acequias.
Mas en pleno invierno... Y con las narices dilatadas de gula, los caballos se acercaron al alambrado. ¡Sí, pasto fino, pasto admirable! ¡Y entrarían, ellos, los caballos libres! Hay que advertir que el alazán y el malacara poseían desde esa madrugada, alta idea de sí mismos. Ni tranquera, ni alambrado, ni monte, ni desmonte, nada era para ellos obstáculo.
Entonces Miguel ya no fue dueño de sí, y de improviso, en un momento de silencio, soltó el trapo de la risa, y con él a chorretazos por boca y narices la cucharada de sopa que acababa de tragar. Todos los rostros se volvieron con asombro. ¿De qué te ríes, Miguel? le preguntó su tía. ¡De mí, recontra, de mí! gritó Enrique desesperado.
Hacia regalos á Zadig, en que tenia mas parte el amor de lo que ella se pensaba; y muchas veces, quando se figuraba que le hablaba como reyna, satisfecha se expresaba como muger enamorada. Muy mas hermosa era Astarte que la Semira que tanta ojeriza tenia con los tuertos, y que la otra que habia querido cortar á su esposo las narices.
Ningún español se encaminaba hacia allí, a no ser los granujas, que, entonces como ahora, gustaban de meter las narices en todas partes. Llevado de mi curiosidad, me acerqué al Retiro, y también recorrí otros sitios hacia el Mediodía, igualmente ocupados como posiciones ventajosas.
D. Martín, a quien su alma de héroe no le quitaba de tener muchísimas ganas a la herencia del cuñado, cuya salud era endeble, arrugó las narices y murmuró groseramente: Me tiene sin cuidado. No lo creo; no puedo creerlo, D. Martín.
Palabra del Dia
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