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Actualizado: 11 de julio de 2025


Despidióse al fin el tío Frasquito de Jacobo con las mayores muestras de cariño, y no bien se vio a solas en su cuarto, comenzó a examinar la babucha por todos lados, acabando por meter dentro las narices... Retirólas, sin embargo, al punto, haciendo un gesto de disgusto: no encontraba allí aquel suave perfume de Smirna, mezcla de áloe y de incienso, que se figuraba él había de dejar dondequiera que se posase el pie de una odalisca: lejos de eso, olía mal, muy mal y el tío Frasquito fruncía la boca y arrugaba las narices ; olía a una cosa rara, así como mezcla de cuero sin adobar y engrudo medio podrido.

Pero, ¿cómo podrás batirte en duelo con el señor L'Ambert, con arreglo a la costumbre de este país? Jamás has manejado una espada. ¿Qué haría yo con una espada? Quiero cortarle las narices, te repito, y una espada no me serviría para eso... Si al menos tirases bien con pistola... Pero, ¿estás loco? ¿cómo habría de cortar a ese insolente las narices con una pistola? Yo... ¡, es cosa resuelta!

La cara del así vestido era casi negra, inmóvil, con espantosa y ancha boca y con colosales narices llenas de verrugas y en forma de pico de loro. Don Paco se tranquilizó, no obstante, al reconocer que aquello era una carátula de las que se ponen los judíos en las procesiones de Villalegre.

Se le pusieron los ojos encendidos, las mejillas carmesíes. Luego se limpió sosegadamente con el pañuelo la boca y las narices, y dijo con acento campechano: Hombre, no sea usted tacaño. No se altere usted por esas miserables pesetas. Pero él no las soltó. El comerciante quiso llevarse el caballo. Tampoco pudo lograrlo. Hubo un momento de silencio.

Sacó la cartera y le pagó, presentando los billetes con arrogancia; calóse las gafas el otro, maravillado de tal espectáculo y metió las narices en ellos, menos por causa de su miopía, que por regalarse el olfato con su dudoso perfume, que al usurero debe trascender a gloria; y como quiera que don Raimundo, poco acostumbrado a la puntualidad de sus clientes, iba preparado a decir cuatro palabras agrias, los oídos rellenos de algodón para hacerse el sordo a las lamentaciones del deudor moroso, quedóse desarmado al ver los billetes en su mano, y sonrió, más de gozo íntimo, que por parecer amable.

Después de haber dado gracias, el hombre se va alejando, volviendo poco a poco la cabeza a ver si descubría... pero entonces el calavera le asesta su último tiro, que acierta a darle en medio de las narices, y el hombre derrotado aprieta el paso, sin tratar de averiguar de dónde procede el fuego; ya no piensa más que en alejarse.

Mientras D. Pedro tosía y sacaba el infinito pañuelo encarnado y azul para limpiarse boca y narices, reinó solemne silencio en la sala y todos me miraban con afanosa curiosidad.

En un cucurucho, que le había feriado el novio, las llevaba doña Nicolasita, y no se rompió las narices porque al caer dio con ellas sobre las yemas.

Y, porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar: que, una vez aprendida, nunca se olvida. Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron.

Va a ser muy divertido ver cómo manejaréis a vuestro marido si no alza nunca más la voz que una caldera de agua hirviendo. A me agrada ver llevar a los hombres de las narices. No habléis así dijo Nancy sonrojándose . Bien sabéis que no tengo la intención de casarme.

Palabra del Dia

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