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Actualizado: 11 de junio de 2025


Sujetole al mismo tiempo por el cuerpo y lo metió en la trastera de golpe. Tomó del suelo una mordaza y un cordel que allí tenía preparados; le puso la primera; atole con el segundo las piernas y los brazos y lo dejó tendido boca arriba sobre un felpudo diciéndole: No te muevas. Si haces el más pequeño movimiento, hay ahí unos ratones que vendrán a comerte las narices.

Y eligiendo dos o tres de las más animosas, mandoles que arrancasen una de las desiguales y vacilantes piedras de la calzada, que se movían como dientes de viejo en sus alveolos, y, alzándola lo mejor posible, la condujesen ante la puerta que les acababan de cerrar en sus mismas narices.

¡Si me lo querrá usted decir a ! exclamó el buey Apis resollando por la herida. Y contó al gobernador, con todos sus pormenores, la historia del nombramiento de camarera y la escena de la carta arrojada al fuego, que había ya hecho desternillar de risa, en las narices mismas del ministro, a todos sus compañeros de gabinete.

¡Pero Juanita, Juanita! exclamó el escritor, mirando al techo. Juanita no puede ceder á las despóticas exigencias de esa tarasca de su madre. La ragazza te quiere; pero si su madre se emperra en que no, y que no... Yo creo que de esta vez te quedas con tres palmos de narices.

¡Oh! se sonrió difícilmente Nébel . Mi padre tampoco lo cree. ¿Y entonces? Nuevo silencio cada vez más tempestuoso. ¿Es por que su señor padre no quiere asistir? ¡No, no señora! exclamó al fin Nébel, impaciente . Está en su modo de ser... Hablaré de nuevo con él, si quiere. ¿Yo, querer? se sonrió la madre dilatando las narices . Haga lo que le parezca... ¿Quiere irse, Nébel, ahora?

Don Víctor no llevaba traza de poner fin al palique y Ana misma se creyó en el caso de decir: Vaya, vaya... hasta mañana; Víctor, adentro, adentro. Y cerró las vidrieras en las narices de Álvaro y de los pollos. Paco y Joaquín desaparecieron en lo obscuro del corredor. Quintanar ya estaba de espaldas, allá en el fondo de la alcoba, en mangas de camisa.

Los que nunca han visto a un notario corriendo tras sus narices no podrán hacerse cargo de su ardor. ¡Adiós frambuesas y fresas! Por dondequiera que pasaba el alud, quedaba la cosecha apabullada, destruida, aniquilada; todo eran flores mustias, brotes rotos, ramas tronchadas, tallos pisoteados.

EUSTAQUIO. ¡Estos sentimientos le honran! ¡Nunca se debe buscar camorra al prójimo! Lo que se debe hacer es aprovechar las ocasiones que éste le ofrezca a uno para romperle las narices. ¡Eso es todo! EL VIZCONDE. ¡Usted hará de juez, caballero!

Durmió como un muerto, pero no mucho. Como un resucitado volvió a la vida haciendo guiños a la luz cruda de un rayo del sol del mediodía, que por un resquicio de la ventana mal cerrada, se colaba hasta la punta de sus narices, hiriéndole además entre ceja y ceja.

Yo soy el rosal; , Crematurgo, eres el mantillo; Eumorfo, la mariposa; y Proclo es la nariz que aspira el aroma y la mente que estima la beldad y goza dignamente de ella. ¿Qué culpa adquiere el rosal de que nada sea completo en este bajo mundo? ¡Lástima es que no se logren mantillo, mariposa, narices y mente en un ser solo!

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