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Actualizado: 11 de julio de 2025
La nariz era perfecta. «Narices como la mía, pocas se ven»... Y por fin, componiéndose la cabellera negra y abundante como los malos pensamientos, decía: «¡Vaya un pelito que me ha dado Dios!». Cuando estaba concluyendo, se le vino a las mientes una observación, que no hacía entonces por primera vez. Hacíala todos los días, y era esta: «¡Cuánto más guapa estoy ahora que... antes! He ganado mucho».
Después, al serenarse un poco, gracias a un trago de agua azucarada, que debió de parecerle una inundación agradable, hizo una mueca con boca y narices, que llevó a Bonis al recuerdo del abuelo. «¡Oh, como mi padre! ¡Como yo en la sombra!».
¿Tiene usted grandes calvas para los barbas? ¡Oh! disformes; tengo una que me coge desde las narices hasta el colodrillo; bien que ésta la reservo para las grandes solemnidades. Pero aun para diario tengo otras, tales que no se me ve la cara con ellas. ¿Y los graciosos?
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
Yo también dice una de ellas tengo un hijo quinto. ¡Pues que tenga buena mano! exclama uno de los mozos. Y cuando se ha puesto otra vez el tren en marcha, la vieja requerida ha añadido hoscamente, mientras se pasaba el reverso de la mano por las narices y se apretaba el pañuelo: Quintos más sinvergüenzas que los de este pueblo, no los he visto.
Preso por uno.... Aquella misma atrocidad de haber gastado tanto dinero que no era suyo demostraba la intensidad, la fuerza irresistible de su pasión. Pues adelante». Cierto era que quedaba el rabo por desollar. D. Juan Nepomuceno le tenía cogido por las narices, y podía hacer de él lo que le viniese en voluntad.
Aquella noche llamaron dos turcos á la puerta; la guardia les preguntó qué querían: dijéronles que les llamasen un Capitán cojo y otro que tenía las narices rajadas, que los llamaba el mayordomo del Bajá. Entendiendo que lo decían por Joan de Funes y Zayas, se los llamaron. Vino con ellos Diego de Vera.
Nótese que las narices se hiciéron para llevar anteojos, y por eso nos ponemos anteojos; las piernas notoriamente para las calcetas, y por eso se traen calcetas; las piedras para sacarlas de la cantera y hacer quintas, y por eso tiene Su Señoría una hermosa quinta; el baron principal de la provincia ha de estar mas bien aposentado que otro ninguno: y como los marranos naciéron para que se los coman, todo el año comemos tocino.
Con la cabeza un poco echada hacia atrás y con los ojos ahuevados y vagos, pasea su pensamiento por un pasado tan lejano y ve tan alto en las jerarquías de Príncipes, que no puede ver lo que pasa delante de sus narices. ¡Y deben de haber sucedido unas cosas!...
Con un inconmensurable pañuelo de cuadros se limpiaba la continua destilación de ojos y narices; después se sonó con estrépito dos o tres veces, y viendo a Benina en pie, la mandó sentar con un gesto, y él ocupó gravemente su sitio en el sillón, compañero de la mesa, el cual era de respaldo alto y tallado, al modo de sitial de coro.
Palabra del Dia
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