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Actualizado: 11 de julio de 2025


Los jesuitas misioneros habían pasado también por allí como una granizada; las flores de amor y alegría que sembrara el carnaval las destruyeron a penitencia limpia el Padre Maroto, un artillero retirado que predicaba a cañonazos y sacaba el Cristo, y el Padre Goberna, un melifluo padre francés que pronunciaba el castellano con la garganta y las narices y hablaba de Gomogga y citaba las grandezas de Nínive y de Babilonia, ya perdidas, al cabo de los años mil, como prueba de la pequeñez de las cosas humanas.

Aún ha de asomar tres o cuatro veces las narices. Qué, si no puede. Que puede. Verás si todavía echa unas salivillas, como dice el asistente de un primo mío artillero. ¡Chist! Oye, oye cómo aún ronca. Una, dos, tres.... Ahora escupe. Cuatro, cinco, seis... vaya, ya no vuelve; está el pobre muy cansado. Ahora no: ya dio las boqueadas.

Cuando más embebido estaba, dando cuenta de la habilísima intriga que habían urdido para dar un voto de censura al alcalde, Cobo ¡su eterno estripacuentos! acercóse al grupo, y después de escuchar un momento, le atajó diciendo: Vaya, Ramón, no te des tono. Ya sabemos que en el Ayuntamiento no representas nada. González te lleva por las narices adonde le da la gana.

En el momento en que se puso en acecho Quevedo, un ujier acababa de introducir en la cámara á un hombre vestido de negro á la usanza de los alguaciles de entonces: era alto y seco, de rostro afilado, grandes narices, expresión redomada y astuta, y parecía tener un doble miedo por el lugar en que había entrado, y por la persona ante quien se encontraba.

Y el marqués, sin saber lo que hacía, besó varias veces las narices de la bestia, húmedas por los bufidos rabiosos.

Cuando salía de la escena entre aplausos, por pocos que fueran, veía a Reyes que batía palmas entusiasmado; entonces sonreía ella, inclinaba la cabeza saludando y pasaba discretamente cerca del infeliz enamorado. ¡Qué perfume el que dejaba tras de aquella mujer! Era un perfume espiritual, según él; no se olía con las groseras narices, sino con el alma.

10 Envié entre vosotros mortandad en el camino a Egipto; maté a cuchillo [a] vuestros jóvenes, quité vuestros caballos; e hice subir el hedor de vuestros reales hasta vuestras narices; y nunca os tornasteis a , dijo el SE

Entonces, si el que llega mojado de la lluvia o transido de frío, ya de la calle, ya del campo, alza los ojos al cielo para darle gracias por hallarse tan bien, se halla mucho mejor y tiene que reiterar las gracias, al descubrir aquella densa constelación de chorizos y de morcillas, cuyo aroma trasciende y desciende a las narices, penetra en el estómago y despierta o resucita el apetito. ¡Cuántas veces le he saciado yo, estando de tertulia, por la noche, en torno de uno de estos hogares hospitalarios!

Nicolasa, con suma blandura, enjugó las lágrimas del mozo con el propio pañuelo de ella; luego le dió tres ó cuatro palmaditas en el grueso y robusto cogote; luego le hizo unas cuantas muecas como remedando la desconsolada cara que ponía, y, por último, le pegó un afectuoso y archi-familiar tirón de las narices. Tomasuelo no supo resistir á tanto favor y regalo.

Y con tales ganas comenzaron a reír la tía y el sobrino, que casi vinieron a echar por las narices el consommé

Palabra del Dia

malignas

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