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La novena de los Dolores tuvo aquel año en Vetusta una importancia excepcional, si se ha de creer lo que decía El Lábaro. Por lo menos el templo de San Isidro, donde se celebraba, se adornó como nunca. Tal semilla de piedad postiza y rumbosa habían dejado los PP. Goberna y Maroto.

A la sazón, estaba «poniendo los puntos» a una morena muy agraciada, hija del sereno Maroto, que vendía pescado en la plaza y se llamaba Ramona, la misma a quien tal vez recuerde el lector que Periquito había dicho en la cazuela del teatro: «Ramona, te amo» con gran regocijo de Piscis y Pablo. Cuando llegó la hora de venir a la Nozaleda, se empeñó en llevarla a caballo delante de él.

Los jesuitas misioneros habían pasado también por allí como una granizada; las flores de amor y alegría que sembrara el carnaval las destruyeron a penitencia limpia el Padre Maroto, un artillero retirado que predicaba a cañonazos y sacaba el Cristo, y el Padre Goberna, un melifluo padre francés que pronunciaba el castellano con la garganta y las narices y hablaba de Gomogga y citaba las grandezas de Nínive y de Babilonia, ya perdidas, al cabo de los años mil, como prueba de la pequeñez de las cosas humanas.

Había ochenta y un días que el armada estaba allí, y viendo que ya me faltaba el agua y no la había para poder dar más ración que dos ó tres días, determiné de salir á dar la batalla, como lo había propuesto desde el principio, y ansí, dejando la parte por donde más fácilmente y sin peligro de ser sentido podría salirme, paresció mandar abrir una puerta que estaba tapiada á la parte de la marina y sacar por allí la gente, porque bajando la mar había harta plaza para ponerla junta, y en aquella parte no hacían centinela los turcos, y por todas las otras partes las tenían pegadas con el fuerte y era imposible salir un hombre sin que fuese sentido, y orden que seis capitanes de todas naciones tomasen la vanguardia con 300 soldados, é que yo con la demás gente é capitanes é hombres particulares, que serían otros tantos, los seguiría, dejando algunos capitanes á la retaguardia con orden que hiciesen caminar adelante la gente y degollasen á todos los que se retirasen, y á el primero si lo hiciese, porque aquella salida no era para volver al fuerte sin victoria, y esto, poniéndome yo á una parte de la puerta y á la otra Maroto, Sargento mayor de la infantería española de Nápoles, lo estuvimos diciendo á toda la gente que salía.

Juan de Cardona. Fadrique de Cardona. Gastón de la Cerda, hijo del Duque de Medinaceli . General, D. Álvaro de Sande. El Obispo de Mallorca. Maestre de campo, Bernardo de Aldana. Ingeniero, Antonio Conde. Médico del Duque, el Licenciado Bernardo. Capellán de D. Álvaro, Carnero. Baltasar Mediavilla. Alfonso de Pallar. Sargento mayor, Maroto. Coronel, Pedro del Más. Capitanes, Sciana Smeraldo.

Este señor Aviraneta fue el que después adquirió celebridad fingiéndose carlista para penetrar en los círculos más familiares de la gente facciosa y enredarla en intrigas mil, sembrando entre ella discordias, sospechas y recelos, hasta que precipitó la defección de Maroto, preparando el convenio de Vergara y la ruina de las facciones.

Estando sacando la gente dos horas antes que amanesciese, é que estaría del fuerte fuera más que la mitad, fuimos sentidos de los turcos y tocaron á arma, é por no dar lugar á que se recogiesen, ordené que la vanguardia partiese, é yo con obra de 60 hombres seguí el camino que había determinado, dejando atrás los capitanes que arriba digo, así para que hiciesen á la gente que iba saliendo que me siguiese, como para que hiciesen lo que tengo dicho, después de salida toda la vanguardia de á camino por donde le había yo ordenado, é rota la guardia de algunas trincheas, llegaron á las tiendas donde iban, é yo con la poca gente que me seguía rompí la guardia de la artillería, y pasando algunas trincheas para irme á junctar con la vanguardia, estando ya muy adelante, me dió voces Perucho de Morán Ricardo que dónde iba, que no me seguía nadie, é que la avanguardia se le iba dando la carga los turcos, y hallándonos solos el dicho Perucho y el Sargento mayor Maroto, que fueron los que no me desampararon, y estando irresolutos de lo que podíamos hacer, por ser imposible tomar el fuerte, por estar ya entre él y nosotros muchos turcos, el Perucho me dijo que le siguiera, que él me llevaría por parte que me pudiese salvar en nuestras galeras, é ayudándonos la escuridad de la noche lo hizo é me llevó á ellas, siguiéndonos algunos turcos, é peleando con ellos fué herido y preso el dicho Sargento mayor Maroto, y dél supo el Bajá Piali que yo estaba en las galeras, donde después, hasta que fuí preso, me dió una recia batería.

Si quiere usted tener segura la entrevista que desea, se lo diremos al padre Gracián, jesuita, excelente sujeto que viene aquí algunas tardes, y después solemos ir a tomar chocolate a casa de Maroto, adonde va también el Padre Carasa.... Pues bien, Gracián es amigo del Sr.

Algunos tuvimos el proyecto de proclamar la Constitución en el Perú; pero el traidor de Maroto se opuso. Los libres deseábamos que la América adoptase el sistema, los traidores no querían sino hierro y sangre; y yo pregunto ahora lo que he preguntado siempre: ¿quién es responsable de que se perdiera la tremenda batalla de Ayacucho? ¿Quién?...