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Las florecillas blancas y rosadas de los frutales caían muertas sobre el fango: el granizo las despedazaba; todo volvía atrás; aquel ensayo de primavera temprana había salido mal; vuelta a empezar, cada mochuelo a su olivo. Esto fue a la mitad de la Cuaresma. Vetusta se entregó con reduplicado fervor a sus devociones.

Riose de aquella ridícula especie, y mientras despedazaba el papel, recordó la anterior invención sobre la complicidad del mancebo con los conspiradores de la morería. Los meses pasaron.

Sus padres no pudieron nunca hacer carrera con él: le metieron en el colegio para quitársele de encima, y hubieron de sacarle porque no dejaba allí cosa con cosa. Mientras que sus compañeros más laboriosos devoraban los libros para entenderlos, él los despedazaba para hacer balitas de papel, las cuales arrojaba disimuladamente y con singular tino a las narices del maestro.

Es claro que en cuanto se supo que las de Silva iban con la de Reyes a ver las óperas entre bastidores, se murmuró mucho, y se las compadeció porque venían a ser huérfanas por completo, teniendo aquel padre que tenían. ¡Pobrecitas, no han tenido madre cuando más falta les hacía! Y después de este acto de caridad, se las despedazaba. Pero ellas no hacían caso.

Paco la pellizcaba sin compasión y ella despedazaba los brazos de Paco; Joaquín Orgaz, que había conseguido aquella tarde algunas ventajas positivas en el amor siempre efímero de Obdulia, pellizcaba también; y había carreras, tropezones, voces, aprietos, saltos, sustos, sorpresas.

Volvió luego su furor contra las juderías, entró en ellas, comenzó á herir i matar cuantos hombres, niños i mujeres se ponian delante de sus ojos, i aun tambien de los que se recataban: hacia presa de las joyas i dineros que hallaba en las casas, i despedazaba en fin lodo aquello que era de judíos.

Sólo consintió el gavilán en perdonar a la paloma la vida, si el rey le daba de su propia carne cantidad igual en peso al peso de la paloma. Aceptó el rey el convenio y empezó a cortar pedazos de su carne y a ponerlos en una balanza, en uno de cuyos platillos estaba ya la paloma. Pero por más que el rey se despedazaba, nunca igualaba el peso del ave.