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Comprendían que si hablaban poco o mucho, podían enredarse en alguna disputa. De ahí las voces y el escándalo consiguiente... Nada, nada, lo mejor era no chistar. Al llegar a sus casas se soltaban murmurando con torpe lengua «buenas noches». El último era don Roque por vivir más lejos que ninguno.

Y consideró que se perdería definitivamente, en el espíritu de Adriana, si no era capaz de aquella decidida entereza. Ella al entrar le miró con naturalidad, y murmurando un breve: "¿Cómo está, Muñoz?", cruzó el vestíbulo.

Quedóse esta estupefacta al recibir aquella extraña respuesta, y se encogió de hombros murmurando: Será alguna vieja rara... ¡Vaya usted a ver: una cosa hecha con tanta delicadeza! Y quedóse luego muy pensativa, porque no sabía qué hacerse con aquellos 15.000 duros que había pretendido regalar a su legítima dueña.

El duque, que al abrir se había cubierto con la puerta, cerró murmurando: ¡Que no olvidará la causa por que ha venido! ¡y quien le ha dado la carta de la duquesa de Gandía ha sido mi hija! ¡ese hombre! ¿A dónde tenderá el vuelo don Francisco? Detúvose de repente el duque; había sonado en la calleja ruido de espadas que duró un momento. ¿Qué será? dijo Lerma ; donde va Quevedo van las aventuras.

Pero cuando la noche tendía su sudario sobre ese lugar como sobre todas las cosas, y se agregaba el místico viento murmurando su melodía, entonces, ¡oh, entonces se despertaba siempre en el terror por ese lago solitario!

Sintió junto a los labios el ardoroso resuello de aquella boca que buscaba la suya, murmurando con apagado rugido: No, no te irás; quiero que no te vayas. Y se sintió enlazada, conmovida de cabeza a pies por unos brazos nerviosos a los que la pasión daba nueva fuerza.

Clementina siguió murmurando después de haberse ido: ¡Pero qué atrevido es este gallegazo! ¿Habrá mastuerzo? No creo que a nadie más que a le toquen semejantes criados.... Apaciguándose de pronto por virtud de otra idea que le acudió, dijo: Anda, ven a vestirme, que ya es tarde. Entró en su tocador seguida de Estefanía. Contra lo que debía presumirse, ésta tenía el semblante grave y nublado.

Se le hubiera creído un esqueleto animado de vida, pues se había pintado con tierra amarilla, una especie de ocre, sin duda, las costillas y los huesos. No iba armado; pero en la mano, pendiente de un bastón, llevaba un trozo de corteza de árbol, de un color y forma particular. Los chinos, al ver aquel extraño emblema, palidecieron, murmurando: ¡El wai-waiga!

Sentóse este en la cama alegremente sorprendido, y recobrando con la vida su humor chancero, tiróle a la mujer lo primero que halló a mano, una almohada, soltando un gran grito, un ¡polaina! formidable que la hizo saltar en el sillón despavorida, murmurando algunas palabras en vascuence.

Nadie comprenderá ahora mi acento: Mas llegará, hija mia, algun momento Que se verán las rosas jerminar, Y alzando ufanas sus cabezas rojas El viento murmurando entre sus hojas Se bañará en lo que hizo fecundar.