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Actualizado: 6 de junio de 2025
¿Cómo es eso, niña? gruñó alarmada la monja . ¡Que quiere usted salir! ¡Qué pensará su futuro Esposo Jesucristo si llega a sus oídos lo que usted ha dicho! Y tiene que saberlo forzosamente, porque
Como oyera de pronto a su espalda ruido de pasos, se volvió; mas no era su madre la que llegaba, sino una monja. Traía la cabeza metida en una cofia blanca, bajo la cual resaltaba un rostro brillante, hasta parecer erisipeloso, de facciones menudas y redondas.
¡Ay, que he abierto el balcón! exclamó, comprendiendo la atrocidad que había cometido. ¡He abierto el balcón! Y lo cerró con sobresalto, como una monja que hubiera sorprendido abierta la reja del locutorio. Hermana dijo después, ¿sabe usted que he decidido no ayunar mañana? Hará usted bien: es usted una santa; pero no ayune usted tanto, señora: eso no es bueno.
-No, por cierto -respondió el mozo-, porque todos caminan con tanto silencio que es maravilla, porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos mueven a lástima; y sin duda tenemos creído que ella va forzada dondequiera que va, y, según se puede colegir por su hábito, ella es monja, o va a serlo, que es lo más cierto, y quizá porque no le debe de nacer de voluntad el monjío, va triste, como parece.
No se asustarán poco las Madres cuando me lo oigan decir. Pero ya Dios no quiere que yo sea monja. No lo serás, no; y cuando yo vuelva de la guerra... ¿Pero vas tú a la guerra? Chiquillo, ¿quién te ha metido a ti en guerras? ¿Pues qué he de hacer? ¿Quieres que toda la vida sea criado? Escucha, Inés, lo que me pasó hace días en casa de la Sra. Condesa.
Ripamilán, con mal acuerdo, y sin que lo supiera el Magistral, se decidió a tomar la pluma y publicar en el Lábaro un articulejo, sin firma, defendiendo a su amigo, a las Salesas, y a la gramática, maltratada por el periódico progresista, según el canónigo. «Aparte, decía entre otras cosas, de que no sabemos si la monja profesa es el señor Carraspique o su hija, ¿quiere decirme el periodista cascaciruelas, etc., etc...?».
Dadme, dadme. La monja adelantó y dió una carta á la madre Misericordia. Luego salió. Permitidme, prima mía; permitidme, caballero dijo la abadesa. Doña Catalina y Quevedo se inclinaron. La abadesa abrió con precipitación la carta. ¿De quién será? dijo para sí Quevedo.
Era la del alba, cuando Rodil en persona ponía bajo sombra, en la casamata del castillo, una docena de sospechosos, y a la vez mandaba fusilar al fraile y a la monja, dándoles el hábito por mortaja.
¿Pero tiene hecho algún voto? No. ¿Sabe ella vuestra voluntad? No, porque yo quiero que haga la suya. ¿Habéis hecho alguna promesa á Dios? Tampoco, porque no puedo prometer lo que otro ha de cumplir, y mucho más cuando ese otro es hija mía. ¿De suerte, que sólo tenéis un ligero deseo de que sea monja? Es tan candorosa, tan sencilla mi hija doña Juana...
¡Ah!... saluda al señor gobernador, a la junta y a la monja... Se ha quitado el sombrero y ahora se pone su redecilla roja. ¡Bueno! Después apoya contra el suelo su ancha espada de dos filos... ¡Jesús! ¡Cuánto oro en su traje color de naranja! ¡estoy deslumbrado! ¡oro por todas partes!... oro hasta en sus medias y en sus zapatos... En fin, ya está en la arena...
Palabra del Dia
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