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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Yo hago esto por usted, porque comprendo que en un cuerpo débil no tiene fuerzas el espíritu. Señora, no cómo pagarle tantos favores contestó el mancebo sin mirarla. A las siete de aquella mañana, mientras Lázaro dormía rendido de cansancio, se suscitó una gran cuestión en el comedor, sobre si sería conveniente y disciplinario llamarle para almorzar.

Tales ideas hicieron, sin duda, que ella no se enojase cuando empezó a mirarla amorosamente cierto individuo, que por aquellos días atrajo a los elogios del país entero: un joven que en una reunión política había, con un discurso de extrema izquierda, conmovido la opinión y entusiasmado a las gentes, hasta tal punto, que, corriendo su nombre de boca en boca, hizo el duque que se le presentaran, no por rendir tributo al mérito, sino por tener en sus salones al hombre puesto en moda.

En medio de la noche Al contemplar tu estrella, En su fulgente huella Mi alma te busca á ; Y pienso que al mirarla Brillando placentera En celeste esfera, Te acordarás de . Ausente de tu lado Mirando ese astro bello Creeré ver un destello Emanacion de ; Y esclamaré con ansia: Tal vez la hermosa mia En medio á la alegría Se olvidará de !

Por supuesto, que sus indicaciones fueron hechas con exquisita discreción. ; aquel hombre lo tenía todo: galante, fino, cariñoso, espléndido, inteligente, bien educado... hasta guapo mozo, que es la última de las condiciones que debe exigir la mujer. ¡Vaya si era guapo! ¡Qué modo tenía de mirarla! Sus expresivos ojos sabían decir cuanto callaba su comedida lengua.

Su seno henchíase por momentos y sus ojos brillaban demasiado, cual si estuvieran humedecidos. Ramiro se sorprendió de su propia emoción. Aquella compañera de infancia cobraba ahora imprevista idealidad. Casilda era también una mujer, mujer bella entre todas. Fruta sazonada en el propio huerto y desdeñada a fuerza de mirarla siempre a la merced de la mano.

Siempre fue ronca la voz de Mauricia; pero había bajado ya a lo más grave del diapasón. «¡Dios mío! se dijo Fortunata, oyéndola después de mirarla , ¡si parece un hombre...!». Doña Lupe, en tanto, sentándose en una de las sillas de paja, pronunciaba las frases de consuelo propias de la ocasión, añadiendo: «Eso para que aprendas... y tengas formalidad.

Su amiga se conformaba con sonreír o mirarla de soslayo, distraída, porque aquel mutismo de Charito, sin preocuparla, le permitía abandonarse a la encantada dulzura de sus propios pensamientos. Al fin Charito no pudo contenerse: ¿Ves lo que gano por ser contigo demasiado buena? Le han traído el cuento a mamá de que yo me doy cita con muchachos en el Museo. ¿Te imaginas? Todo un lío por causa tuya.

Un poco de silencio, un poco de reposo; que no se hable de ella, que los periódicos no repitan su nombre más, que cuando vaya por la calle nadie vuelva la cabeza para mirarla: la exclamación admirativa: «Ahí va la Duse...» que antes llenaba sus oídos de orgullo, ogaño la asusta y la hiere, y es para su pobre alma desilusionada, un azote.

Y miraba audazmente a Fernando con ojos de provocación, para que no tuviese dudas sobre la persona a la que iban dirigidos tales elogios. Se había incorporado Ojeda en su asiento para mirarla también con atrevida fijeza. Un perfume de carne joven, de frescura tentadora, parecía envolverla. No era la dulzura marchita de la alemana ni el esplendor de fruto maduro de Mrs. Power.

Su graciosa actitud hablaba: "¿Qué podrá pasar? Lástima no poder oír lo que éstos van a decirse". Adriana se sentó. Muñoz, mudo, casi no la veía. La impresión de hallarse de nuevo con ella, le infiltraba una extraña insensibilidad. Sin atreverse a mirarla en los ojos, se puso a observar atentamente la gargantilla de perlas en el triángulo de blancura que dejaba el breve escote.

Palabra del Dia

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