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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Me acuerdo, sin embargo, con una memoria vivísima, de los primeros años de mi niñez. Miraba la vida como pudieran mirarla los hijos del Príncipe de Gales o los de un Rothschild. Todo lo que me rodeaba, mientras vivió mi padre, era pobre y de una mediocridad bastante marcada; pero yo lo encontraba de una belleza, de una abundancia y de un gusto excepcionales.
Era su paso el de una diosa que se digna bajar por un momento del trono de nubes para recrear y fascinar a los mortales, que al mirarla se embebían y daban fuertes tropezones. ¡Madre mía del Amparo, qué mujer! exclamó en voz alta un cadete agarrándose a su compañero como si fuese a desmayarse del susto.
Volvió a mirarla el secretario con mayor curiosidad aún, y después de un instante de vacilación, apareciendo en su rostro un esbozo de sonrisa, respondió: Usted comprenderá que la hora no es oportuna... Su Ilustrísima se va a retirar en seguida a descansar... Es urgente y de mucha importancia lo que tengo que comunicarle... dijo precipitadamente.
Silencio completo. Guillermina no tuvo paciencia para esperar más la respuesta, y acalorándose expresó lo que sigue: «¿Pero usted no sabe que esa señora es mujer legítima... mujer legítima de aquel caballero? ¿Usted no sabe que Dios les casó y su unión es sagrada? ¿No sabe que es pecado, y pecado horrible, desear el hombre ajeno, y que la esposa ofendida tiene derecho a ponerle a usted las peras al cuarto, mientras que usted, con dos adulterios nada menos sobre su conciencia, la ofende con sólo mirarla?
Estando las cosas en este estado, se le ofreció á un mozo cristiano enarbolar una imagen de la Madre de Dios, que llevaba en la mano; y con la confianza de que la piadosísima Señora usaría entonces de su poder para librarlos de aquel peligro, la levantó en alto, y lo mismo fué mirarla los bárbaros, que perder el uso de los brazos, sin poder tirar las saetas que ya tenían á punto, y flechados los arcos.
Y se apartó de la cama para que viese a Margalida, oculta tras el capitán, encogida y vergonzosa ahora que el señor podía mirarla con ojos limpios de fiebre. ¡Ah, «Flor de almendro»!... La mirada de Jaime, tierna y dulce, la hizo enrojecer. Tuvo miedo de que el enfermo pudiera acordarse de lo que ella había hecho en los momentos más críticos, cuando estaba casi segura de que iba a morir.
Llegaba tarde al paseo, daba tres o cuatro vueltas, y cuando ya se sentía bastante envidiada, a casa, sin dignarse jamás pasar los ojos sobre ningún individuo del sexo fuerte en estado de merecer. Los vetustenses llegaron a mirarla como un maniquí cargado de artículos de moda, que sólo divertía a las señoritas. «Era una gran proporción» en quien no había que pensar.
Este despertó como a la media hora de haberse dormido, y restregándose los ojos y gruñendo un poco, hubo de asombrarse de ver allí a su amiga, y alargó la cabeza para mirarla.
Yo adoro a la señorita Florentina.... Me parece que no es de carne y hueso como nosotros y que no merezco ni siquiera mirarla.... Pues, hija, eso podrá ser verdad, pero tu comportamiento no quiere decir sino que eres ingrata, muy ingrata.
Y el ilustre maestro no mentía; lo que hacía, simplemente, era ignorar la verdad, huir de ella cuando la encontraba al paso.... Y si le obligaban á mirarla de frente, la veía con unos ojos distintos á los ojos de los demás. Las cosas nunca eran para él como para los otros; siempre las contemplaba como quería que fuesen y no de acuerdo con la realidad.
Palabra del Dia
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