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Actualizado: 29 de junio de 2025


¡A Juan que, suponiéndola apenada, no bien acabó con cuanta prisa pudo su empeño en el pueblo de los indios volvió a la ciudad, y de allí, aprovechando la noche por sorprender a Lucía con la luz de la mañana, emprendió sin descansar el camino de la finca a caballo y de prisa! ¡A Juan, que con amores muy altos en el alma, consentía, por aquella piedad suya que era la mayor parte de su amor, en atar sus águilas al cabello de aquella criatura, no tanto por lo que la amaba él, sin que por eso dejase de amarla, sino por lo que lo amaba ella! ¡A Juan que, puestos en las nubes del cielo y en los sacrificios de la tierra sus mejores cariños, no dejaba, sin embargo, por aquella excelente condición suya, de hacer, pensar u omitir cosa con que él pudiera creer que sería agradable a su prima Lucía, aunque no tuviese él placer en ella! ¡A Juan que, joven como era, sentía, por cierto anuncio del dolor que más parece recuerdo de él, como si fuera ya persona muy trabajada y vivida, quienes a las mujeres, sobre todo en la juventud, parecían encantadores enfermos! ¡A Juan, que se sentía crecer bajo del pecho, a pesar de lo mozo de sus años, unas como barbas blancas muy crecidas, y aquellos cariños pacíficos y paternales que son los únicos que a las barbas blancas convienen! ¡A Juan, que tenía de su virtud idea tan exaltada como la mujer más pudorosa, y entendía que eran tan graves como las culpas groseras los adulterios del pensamiento!

En cuanto al amor romántico, si bien comenzaba en la forma más pura y conceptuosa, solía degenerar en afecto clásico; porque, a decir la verdad, la imaginación de aquellos soñadores era mucho menos fuerte y constante que la natural robustez de los temperamentos, ricos de sangre por lo común; y el ciego rapaz, que nunca fue romántico, hacía de las suyas como en los tiempos del Renacimiento y del mismo clasicismo, y como en todos los tiempos; y, en suma, según confesión de todos los tertulios de la tienda de Cascos, la moralidad pública jamás había dejado tanto que desear como en los benditos años románticos; los adulterios menudeaban entonces; los Tenorios, un tanto averiados, que quedaban en la ciudad, en aquella época habían hecho su agosto; y en cuanto a jóvenes solteras y de buena familia, se sabía de muchas que se habían escapado por un balcón, o por la puerta, con un amante; o sin escaparse se habían encontrado encinta sin que mediara ningún sacramento.

Silencio completo. Guillermina no tuvo paciencia para esperar más la respuesta, y acalorándose expresó lo que sigue: «¿Pero usted no sabe que esa señora es mujer legítima... mujer legítima de aquel caballero? ¿Usted no sabe que Dios les casó y su unión es sagrada? ¿No sabe que es pecado, y pecado horrible, desear el hombre ajeno, y que la esposa ofendida tiene derecho a ponerle a usted las peras al cuarto, mientras que usted, con dos adulterios nada menos sobre su conciencia, la ofende con sólo mirarla?

Tentada estuvo de hablarle de Pepe Castro y de Raimundo y exponerle las emociones pueriles que agitaban su alma aquella mañana; pero un sentimiento de respeto la contuvo. La duquesa era tan excesivamente condescendiente que tocaba en los límites de la estupidez. Es probable que si la hubiera hecho confidente de sus adulterios la hubiera escuchado sin escandalizarse.

Carta sin fecha: «No se si es sobra de tiempo ó falta de gusto juntar V. E. estos papeles que me escribe, pero de cualquiera suerte quisiera que fueran, ya que ignorancias mias, en su original por lo menos, por que aunque tengan los nombres no serán mias, pues de partos y adulterios ya no tendrian la primera forma que les di en sus principios.

¿Qué nos importa? continuó Rafael . Escribiremos como cantan los pájaros, por el gusto de cantar, y no por el gusto de que nos oigan. Hacedme el favor, a lo menos prosiguió la marquesa , de no sacar a la colada seducciones ni adulterios. Pues ¡es bueno hacer a las mujeres interesantes por sus culpas!

14 Y en los profetas de Jerusalén vi torpezas; cometían adulterios, y andaban por mentira, y esforzaban las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su malicia; me fueron todos ellos como los moradores de Sodoma, y sus moradores como Gomorra.

19 Porque del corazón salen los malos pensamientos: muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, maledicencias. 20 Estas cosas son las que contaminan al hombre; que comer con las manos sin lavar no contamina al hombre. 21 Y saliendo Jesús de allí, se fue a las partes de Tiro y de Sidón.

27 Tus adulterios, tus relinchos, la maldad de tu fornicación sobre los collados; en el mismo campo vi tus abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalén! ¿No serás limpia al fin? ¿Hasta cuándo pues? 1 Palabra del SE

21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, 22 los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, las desvergüenzas, el ojo maligno, las injurias, la soberbia, la insensatez. 23 Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.

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