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Actualizado: 20 de junio de 2025
El campo, cubierto de escarcha, tenía un aspecto encantado. Juno, extremadamente pálida, estaba tan linda con su traje blanco que no me cansaba de mirarla. Y la comparaba a aquella naturaleza fría y espléndida que ataviada con brillante blancura, parecía haberse puesto al unísono de su belleza. Después de almorzar subió a su cuarto para cambiar de vestido.
Y fué por entonces cuando Batiste, el día de su sentencia en el Tribunal de las Aguas, la vió en el camino acompañada de Tonet. Pero no ocurrió nada. El dichoso incidente del riego salvó á la muchacha. Su padre, contento de haber librado su cosecha, limitóse á mirarla varias veces con el entrecejo fruncido.
Un gorrión con un grano de trigo en el pico, se puso enfrente de Ana y se atrevió a mirarla con insolencia. La dama se acordó del Arcipreste, que tenía el don de parecerse a los pájaros. «Era un buen señor Ripamilán; pero ¡qué manera de confesar! Una rutina que nunca le había enseñado nada. A no ser su matrimonio, nada había sacado de aquellas confesiones.
Apuntó de nuevo, ¡pam! y cayó otra víctima... Acercose a mirarla, ¡y ella resultó un ganso viejo!... Otro tiro, ¡pam!... Esta vez cayó un cisne, que, como conservaba vida, fue a morirse en la maleza, escapando así a la mirada del cazador... Otro tiro, ¡pam!... Un nuevo cisne muerto, muerto como una gallina, sin un graznido, sin un ronquido siquiera... ¡Debía ser un cisne hembra!
Mas he aquí que en lo más recio de esta alegría turbulenta aparece D.ª Carolina. Nada más que con mirarla comprendieron Mario y Carlota lo que había. Traía la cara larga, larga como si viniese de un entierro. ¡Ay, sí, el entierro de las esperanzas de Mario!
Llevaron a Preciosa con su abuela a que la Corregidora la viese, y así como la vió dijo: Con razón la alaban de hermosa. Y llegándola a sí, la abrazó tiernamente, y no se hartaba de mirarla, y preguntó a su abuela que qué edad tendría aquella niña. Quince años respondió la gitana , dos meses más a menos.
Misia Casilda, conmovida, besó a Susana con placer inefable; no se cansaba de mirarla y de oírla, tan bella y tan discreta, la santita de la casa, como sabía que la llamaban: era digna, sí, de ser amada, y el pobre Quilito no exageraba cuando hacía su entusiasta panegírico... Ya la niña se había levantado y hablaba gozosa, de ir a llamar a su madre.
Cuando el Duque, levantando un instante los párpados para mirarla, hacía una ligera señal de aprobación, el gozo le subía en forma de carmín a las mejillas. En aquel momento despreciaba de buena fe, con todas las veras de su alma, al mundo cursi en que la suerte la había hecho nacer y vivir.
Cuando Antonia se quedaba en su cuarto y Amaury preguntaba por ella, bastaba aquella simple muestra de interés debido a la amistad para provocar una respuesta agria y desabrida. Cuando Antonia estaba presente y a Amaury se le ocurría mirarla, poníale mala cara Magdalena, y le hacía bajar con ella al jardín.
Pues vamos andando, hija del alma contestó, como distraído, a la insinuación de Nieves, sin dejar de mirarla con su único ojo, muy abierto, ni de pensar lo que pensaba . Te cae bien, bien de verdad, el atalaje ese que te pones por primera vez... ¡No, no, y llevar le llevas con una soltura!... ¡Canástoles con la chiquilla!... A ver, a ver por detrás... No te pares, no: sigue, sigue andando... ¡Mejor que mejor! ¡Canástoles con la criatura de antes de ayer!... A la calle ahora... Eso es... así se anda... como el sol y la luna... ¡Ajá!
Palabra del Dia
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