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Actualizado: 20 de junio de 2025
Fue tan marcada su indiferencia, que don Juan se dijo: «¡Tendría gracia que yo me hubiese equivocado!» Pero tornó a mirarla y se convenció de que era ella, la misma, la propia Cristeta, que tantas veces le había dicho: «¡Juan mío!» Poco le faltó para llegarse a ella y hablarla. Por fortuna se contuvo pensando: «¿Y si me pega un bufido y me pongo en ridículo?
Estaba dormida, y tenía la calma, el dulce e insensible respirar que hace sagrado el sueño de los niños. Julián no se cansaba de mirarla así. ¡Santita de Dios! murmuró apoyando los labios muy quedamente en la gorra, por no atreverse a la frente. Cójala usted, Julián.... Ya verá lo que pesa. Ama, déle la niña....
Su vida era a modo de una larga cinta de billetes de tranvía, de la que se arrancaba uno cada veinticuatro horas. No tardó en cansarse de contemplar a la muchacha, y la hubiera olvidado sin dificultad; pero se hallaba frente a él, y no podía menos de mirarla de vez en cuando. «Ha venido hace muy poco de la provincia pensaba severamente . ¿A qué diablos vienen aquí?
Don Juan se adelanta, acorta la marcha, la deja pasar, la alcanza y retrocede, todo sin dejar de mirarla. Ella, calmosa, serena, impasible, como si no le conociera.
Teresa miraba con su respeto de antigua criada a aquellas señoras, y sonreía con bondad estúpida cada vez que alguna de ellas se dignaba mirarla. Las dos viudas hablaban afectuosamente, y doña Manuela, a pesar de que estaba bastante bien de salud, expresábase con cierta languidez que a ella le parecía la última palabra del buen tono. Salgo poco, querida; el frío y la lluvia me matan.
Aldea no perdía ocasión de dar a entender en público su amor por Josefina: en las recepciones de su casa, en bailes, teatros y saraos se complacía en mirarla de ese modo que, prodigando expresión a las pupilas, entera a las gentes de lo que uno calla. No se recataba para decir a quien quisiera oírselo que con ella sería feliz; a nadie llegó a permanecer oculta aquella inclinación.
Había algo tan raro en el sonido de su voz, que no pude menos de mirarla. Sus ojos brillaban con un extraño fulgor, pero, en un momento la llama que los iluminaba se apagó y Luciana volvió a caer en la inmovilidad un poco triste y altanera que había guardado hasta entonces. Lautrec respondió: Confío esos papeles a Máximo, porque es mi amigo y el más caballero que conozco.
La pequeña galga negra, que se había parado frente a él y lo había mirado fijamente durante un buen rato, se impacientó y saltó a las rodillas de su amo para recibir la caricia acostumbrada. Pero Godfrey la rechazó sin mirarla y salió de la pieza. La perra lo siguió humildemente y sin rencor, quizá porque no tenía otra cosa en perspectiva.
Durante este tiempo, madama Scott conversaba con el cura, y Juan, mientras respondía a las preguntas de los niños, no dejaba de mirarla. Llevaba un traje de muselina blanca, pero ésta desaparecía bajo una verdadera avalancha de voladitos de valencianas. La bata estaba abierta en cuadro por delante.
Mientras tanto, ella hizo desaparecer ágilmente todo lo que creía perjudicial para su buen aspecto después de esta sorpresa. Cuando Miguel volvió á mirarla, los viejos guantes habían volado de sus manos y el velo estaba oculto, no podía saber dónde, dejando en libertad la cabellera medusiana, negra, lustrosa, un tanto áspera, que erguía su vigor en desordenados y gruesos rizos.
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