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Cada día dijo el Estudiante hay cosas nuevas en la Corte. Y, a mano izquierda, entraron a otra plazuela al modo de la de los Herradores , donde se alquilaban tías, hermanos, primos y maridos, como lacayos y escuderos, para damas de achaque que quieren pasar en la Corte con buen nombre y encarecer su mercadería.

En Madrid, en París, en Berlín, las grandes señoras sabían que sus maridos respectivos tenían queridas y no les tiraban los platos a la cabeza por eso; lo que hacían era tener queridos también.

Madre bruja, que con la aguja que lleva en el cuerno, cose los virgos en el Infierno y los calzones de los maridos cabrones! El caballero siente que una ráfaga le arrebata de la silla, y ve desaparecer a su caballo en una carrera infernal. Mira temblar la luz del cirio sobre su puño cerrado, y advierte con espanto que sólo oprime un hueso de muerto.

Noticias de él fueron los alaridos que comenzaron á oírse luego por las calles, entre la gente marinera; madres clamando por sus hijos; esposas por sus maridos; hijos por sus padres; hermanas por sus hermanos. Aquello era una desolación, y sus clamores atravesaban el alma como un puñal.

Si por nuestro dinero, dirán, no podemos pagarnos maridos de confianza, más nos vale quedarnos solteras. Habrá que avisar también á Vesín. Su concurso nos ha sido muy útil y es justo que sea de los primeros en saber el éxito de nuestros esfuerzos. Y prevendremos en seguida á mi madre de que todo va por buen camino, dijo Jacobo.

Sus amores con dos grandes señoras cuyos maridos habían sido llamados á las armas aunque no estaban en el frente le hicieron pasar unos meses en Biarritz, en la Costa Azul y en Aix-les-Bains. Turbó su apoderado estas delicias. Siempre repetía el mismo consejo: «Hay que venderLa fortuna del príncipe era ya un barco viejo y sin rumbo.

Es decir, que amaba más su comodidad que a . Esa es la sociedad. ¿Y no has pensado nunca en casarte? Muchas veces; pero a fuerza de conocer maridos, también me he desengañado. Observo que no llegas a hablar a las mujeres. ¿Hablar a las mujeres en Madrid?

Viendo, pues, al Conde silencioso, empezó a estimularle para que hablara, lanzando algunas mal encubiertas pullas sobre las pasiones meramente espirituales; sobre lo felices y tranquilos que deben de vivir los maridos cuyas mujeres tales pasiones inspiran, y sobre los coloquios semi-divinos que deben de tener los que así aman.

Ya no podía negársele que había mujeres que derrochaban tesoros para vivir entre lujos y deshonestidades; «mujeronas empingorotadas» que escandalizaban al mundo y se burlaban de la ley de Dios; mujerzuelas de más abajo que arruinaban a sus maridos por el vicio de ser tan escandalosas y desarregladas como las de más arriba; hombres que perdían a una carta en un instante la hacienda de todos sus hijos..., ¡y casi siempre la bambolla y la lujuria, de más cerca o de más lejos, danzando en los enjuagues del dinero y en las angustias del plazo!

Por de pronto, los hombres de cierta pasta..., como la de ese, son una calamidad para maridos de las mujeres a quienes han amado solteras: la razón es que los hábitos adquiridos en el mundo en que han vivido los hace incompatibles con lo que se llama, muy fundadamente, «prosa de la vida conyugal». Comienzan por desencantarse y por aburrirse, y acaban por desviarse... Es ley infalible: la cabra tira al monte... Y lo que digo del hombre de esas condiciones, es aplicable a la mujer... de las tuyas. ¿Amas a Pepe Guzmán?