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Actualizado: 24 de junio de 2025


En otras ocasiones, usted debe recordarlo si ha hecho la guerra de Alemania, después de una o dos victorias se había acabado todo; la gente nos recibía bien; bebíamos vino blanco, comíamos chucruta y jamón en compañía de los pacíficos ciudadanos, bailábamos con sus gordas mujeres. Los maridos, los abuelos, se reían de buena gana, y cuando se marchaba el regimiento todo el mundo lloraba conmovido.

Ana salió tras él, ensimismada, sin acordarse de que había en el mundo maridos, ni días, ni noches, ni horas, ni sitios inconvenientes para hablar a solas con un hombre joven, guapo, robusto, aunque sea clérigo. El Magistral, como equivocando el camino, se dirigió hacia la puerta del patio, aunque parecía lo natural subir por la escalera de la galería y pasar por las habitaciones de Quintanar.

Acabamos de fundar a Roma y ardemos en deseos de consolidar... Procurad comprender nuestra situación, y os apiadaréis de nosotros. ¿Acaso no os apiadaríais de vuestros maridos si, a lo mejor, se quedasen solos, sin mujeres? ¡Así estamos nosotros, señora! EL GRUESO ROMANO. ¡Completamente!

A Mesía fusilémosle, había dicho, si eso te consuela; pero hay que esperar, hay que evitar el escándalo, y sobre todo hay que evitar el susto, el espanto que sobrecogería a tu mujer si entraras en su alcoba como los maridos de teatro.... Ana, culpable según las leyes divinas y humanas, no lo era tanto en concepto de Frígilis que mereciera la muerte.

Pareciole demasiado duro al señor de Maurescamp el tenerle por rival hasta en su interior conyugal, y hay que convenir en que si él no hubiese sido el menos recto y el más culpable de los maridos, su susceptibilidad en aquella ocasión habría sido de las más disculpables.

1 Asimismo vosotras, mujeres, sed sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la Palabra, sean ganados sin palabra por la conversación de sus mujeres, 2 considerando vuestra casta conversación, que es en temor. 3 El adorno de las cuales no sea exterior con peinado ostentoso, y atavío de oro, ni en compostura de ropas;

La lavanderilla y la doncella, con sus respectivos maridos, siguieron siempre gozando del favor de Sus Majestades, y siendo los señores más principales de toda aquella tierra. Aunque se ame y se respete la virtud, no se debe creer que sea tan vocinglera y tan espantadiza como la de ciertos censores del día.

Las Tres Rosas por ejemplo... se casarían... tendrían niños, muchos niños, porque él, con sus gustos de joven tímido, adoraba los muñecos... él sería un modelo de maridos.... Pero paró en seco al ver que Tónica se ruborizaba, dirigiéndole miradas de reproche por la libertad con que formulaba sus ilusiones.

Otra comedia, superior en nuestro concepto á la mencionada, y notabilísima en todas sus partes, es El examen de maridos.

Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondían al sexo femenino. ¡Vaya una plaga que le había caído al bueno de Gumersindo! ¿Qué hacer con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un cuerpo de ejército. ¿Y cómo casarlas bien a todas? ¿De dónde iban a salir siete maridos buenos?

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