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4 Y cuando viniere el jubileo de los hijos de Israel, la heredad de ellas será añadida a la heredad de la tribu de sus maridos; y así la heredad de ellas será quitada de la heredad de la tribu de nuestros padres. 5 Entonces Moisés mandó a los hijos de Israel por dicho del SE

Luego la había seguido, hasta adquirir la completa evidencia de su infortunio. Margarita no se lo había imaginado nunca tan vulgar y ruidoso en sus pasiones. Esperaba que aceptase los hechos fríamente, con un ligero tinte de ironía filosófica, como lo hacen los hombres verdaderamente distinguidos, como lo habían hecho los maridos de muchas de sus amigas.

Es natural que lo disguste no tener hijos, porque a los hombres agrada tener hijos por quienes trabajan y ahorran y siempre había contado jugar con los suyos mientras fueran pequeños. Muchos otros en su lugar se lamentarían más que él. Es el mejor de los maridos.

Sin hacer caso de las miradas furibundas de los maridos, pregonan en alta voz los sentimientos y deseos que en ellos despiertan tantas hermosuras...

Esta mañana, cuando Amalia me dijo lo que me dijo, toda la sangre se me hizo como un veneno, y me propuse aborrecerte, pero aborrecerte en toda regla, no creas... y no perdonarte aunque te me pusieras delante de rodillas. ¡Pero es una tan débil...! ¡Si merecemos todo lo que nos pasa...! Es la mayor desgracia ser así, tan simplona... Como que estamos a merced de esas... secuestradoras, que de tiempo en tiempo nos prestan a nuestros propios maridos para que no alborotemos...

Las solteronas muy metidas en años, cuya juventud no conoció el ardiente sabor de la vida, y las viudas que no quisieron mucho a sus maridos, que se casaron por conveniencia, suelen ser las más inclinadas a ejercer de casamenteras. Como no han usado su corazón, desconocen en los demás la onda emocional que constituye la base de toda relación amorosa.

Tiene algún amor sentimental, y no está nunca sin intrigas, pero intrigas de peligro y consecuencia: es el terror de los padres y de los maridos. Sabe que, semejante a la moneda, sólo toma su valor de su curso y circulación y, por consiguiente, no se adhiere a una mujer sino el tiempo necesario para que se sepa. Una vez satisfecha la vanidad, ¿qué podría hacer de ella?

Sus maridos, gallegos o gringos, han hecho fortuna como la hicieron los padres o los abuelos de las otras, procedentes también de Europa. No hay entre ellas más diferencia que una generación o dos de vida americana. El origen casi es el mismo. ¡Pero lo que representa socialmente esa diferencia!... Ojeda asintió, recordando la época de su vida pasada en Buenos Aires como secretario de Legación.

Ella la había defendido cuando las otras mujeres del gran mundo, cediendo al instinto de conservación, le hacían la guerra y le cerraban la entrada de sus casas, temiendo por la fidelidad de sus maridos. Como jugaba en Monte-Carlo todos los inviernos, había acompañado á la princesa hasta sus últimos instantes. Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba de que pude ser su hija.

¡Qué mala es esta pájara! decía doña Desdémona , no sabe usted lo mala que es. Ha matado ya tres maridos... y de los hijos no hace caso. Si no fuera por el macho, que es, ahí donde usted lo ve, toda una persona decente, los pobrecitos se morirían de hambre.