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Actualizado: 6 de junio de 2025
-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.
Adivinó todo el calor de alma que la altiva joven disimulaba por una especie de pudor bajo sus heladas apariencias, y su pasión, un momento en derrota, lo ganó de nuevo por entero. Marcela volvió al castillo y Beatriz se puso a la obra bajo la vista del maestro. Acababa de dibujar una especie de chalet, cubierto por una enredadera que servía de habitaciones al jardinero.
Aquí tiene a monsieur Manzanares, hombre generoso, que, según parece, está enamorado de usted y se dará por contento si puede hacer su felicidad. El señor dijo Marcela sonriendo ya sabe que en el buque no acepto nada. Bueno; pues será en tierra. Y de seguro que está deseando llegar a Buenos Aires cuanto antes, para poner a sus pies todas las blondas y puntillas de su establecimiento.
Porque eso sí, doña Marcela tiene poquísimo dinero, pero lo que es en punto a conducta, ni las lenguas más maldicientes, y no son pocas las de este lugar, se atreven a decir nada contra ella ni a empañar con ponzoñoso aliento el terso y limpio espejo de su fama.» Este era el contenido de la epístola, salvo los saludos y cumplimientos de costumbre que en obsequio de la brevedad se omiten.
De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija.
La señorita deseaba conocer mi opinión sobre la próxima cosecha. También a él le había hecho la misma consulta mademoiselle Marcela la primera vez que se había aproximado a su sillón, atraído por la novedad de su habla castellana incrustada de palabras francesas e italianismos del léxico popular de Buenos Aires.
La virtud de doña Marcela es más firme que una roca, aunque para mi amor más que roca es lata. Erre que erre está ella siempre, volviendo por su honor, también como las damas calderonianas, por donde me temo que voy a sufrir constantemente el suplicio de Tántalo, o voy a tener que hacer la barbaridad o digamos la plancha de acudir al cura.
Cumplía con la mayor severidad todos los deberes que le incumbían como clérigo y miembro de diversas congregaciones; celebraba misa diaria, ya en su propia capilla, ya en la iglesia parroquial, ya, en fin, en el convento de las Descalzas, por amor á su hija Marcela; visitaba los hospitales, para consolar en sus últimos instantes á los enfermos, y no faltaba á ningún entierro; hasta se dice que en una ocasión hizo oficio de enterrador . El único recreo, que solazaba sus trabajos, era el cultivo de un pequeño jardín, que poseía cerca de su casa.
Aumentaba el número de los señores graves que permanecían de pie cerca de ella contemplando el mar con aire pensativo, mientras de sus labios fingidamente inmóviles dejaban caer proposiciones con acompañamiento de cifras. Marcela ya no hablaba con Isidro de la gran casa de París que le había confiado su representación.
Es la hija de mi hermana y eso me impone ciertos deberes. Fabrice bajó lentamente los escalones del andamiaje sobre que pintaba, y mirando fijamente a Calvat: ¿Qué me quieres decir con eso? Quiero decirte que Marcela está aquí en malísima escuela, y que no debe permanecer por más tiempo en ella. ¿Por qué?
Palabra del Dia
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