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Actualizado: 6 de julio de 2025
Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantes importunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote. El cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio.
«Yo... bien lo sabe usted... balbució Sor Marcela , lo tenía para mi mal del estómago... coñac superior». Pero esa maldita ¿cómo...? Si esto parece... ¡Jesús me valga! Estoy horrorizada. ¿Pero cuándo...? Es muy sencillo... hágase usted cargo. Anteayer, ¡San Antonio bendito!, cuando estuvo en mi celda moviendo los trastos para coger el ratón.
En efecto, Mauricia empezó a sentirse alegre, y con la alegría vínole una viva disposición del ánimo para la obediencia y el trabajo, y tantas ganas le entraron de todo lo bueno, que hasta tuvo deseos de rezar, de confesarse y de hacer devociones exageradas como las que hacía Sor Marcela, que, al decir de las recogidas, llevaba cilicio.
Ella también saldría, pues sólo estaba allí por equivocación; pronto se habían de ver claras las cosas, y el asno de su marido vendría a pedirle perdón y a sacarla de aquel encierro. Sor Marcela, Sor Antonia, la Superiora y las demás madres mostráronse muy afables con ella, asegurando que era de las recogidas que les habían dado menos que hacer.
Llamó a Fortunata y a Mauricia, y en breves palabras las puso al corriente de la situación. Ambas recogidas, particularmente la Dura, no querían otra cosa. O se apoderaban del enemigo, o no eran ellas quienes eran. Bajó Sor Marcela a la iglesia, y las dos mujeres emprendieron su campaña.
-Eso haré yo de muy buena gana -dijo Vivaldo. Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda; y él, leyendo en voz clara, vio que así decía: Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela.
La condesa de Peñarrubia se lo había pedido dos veces, una seis mil pesetas y otra diez mil para un negocio seguro según decía. De todos modos Elena no volvió a ver su dinero. Últimamente al regresar de Alemania Marcela vino a proponerle que comprase acciones de una mina de plata que su amigo común el vizconde de las Llanas poseía en Albacete.
Bajo los rasgos de lápiz azulado con que se agrandaba los ojos brillaba perpetua humedad de lágrimas. ¿Qué habría en su alma? ¿Laxitud de pecadora cansada o nostalgia de castidad atropellada? ¿Marcela? Guapísima, juguetona, sensual, elegante, mimosa y zalamera hasta el punto de aparentar que se entregaba ilusionada; pero... la codicia en persona.
No quedó trasto que no removieran, y para separar de su sitio la cómoda, que era pesadísima, estuvieron haciendo esfuerzos varoniles cosa de un cuarto de hora, no acabando antes porque la risa les cortaba las fuerzas. Por fin, tanto trabajaron que cuando Sor Marcela salió de la iglesia, una monja le dio la feliz noticia de que el ratón había sido cogido.
Los vecinos de los otros cuartos al subir la escalera y cruzar por delante de su puerta advertían por el montante una viva, esplendorosa iluminación y sentían en la nariz un penetrante aroma de violeta. No necesitaban más para penetrarse de la clara estirpe de la inquilina. Cuando Elena llegó no estaba Marcela y aún se pasó un buen rato sin que apareciese.
Palabra del Dia
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