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Actualizado: 6 de julio de 2025


Cierta hermosa mañana del fin de septiembre hallábase el pintor sentado en un banco del parque, aguardando a Beatriz, que aquel día tardaba un poco en venir a dar su lección; Marcela corría y jugaba delante de él, y a cada instante interrumpía su juego, llegándose a besar a su padre, porque este querubín guardaba para Fabrice ternuras de mujer enamorada.

En la titulada Marcela ó á cuál de los tres, por ejemplo, la más aplaudida y popular, toda la acción consiste en las pretensiones amorosas de tres amantes á la mano de una viuda joven y lista, distinguiéndose cada uno de ellos por sus debilidades y ridiculeces especiales, y siendo rechazados todos tres al fin de la jornada; pero los varios giros, que el poeta imprime á este plan tan sencillo; las combinaciones variadas, á que da nacimiento, tan ingeniosas y desemejantes; la pintura de caracteres, hecha con tanta verdad como naturalidad; el ingenio y la ironía que lo llena, y su diálogo chispeante, acompañado de versos excelentes, le prestan tal encanto, que jamás hemos asistido á su representación sin ser testigos del entusiasmo general de los espectadores, y de los aplausos con que lo saludan, mayores y más repetidos de escena en escena.

Y como yo también tenía más ganas de asustarle que de herirle, aquella a modo de danza, duraba ya demasiado y se hubiera hecho interminable, a no ser por los gritos que daba doña Marcela pidiendo socorro. »Los gritos no fueron inútiles.

Otras, suspensa la mano sobre el bastidor, miraban a las monjas y se pasmaban de su serenidad. En aquel instante apareció en la sala una figura extraña. Era Sor Marcela, una monja vieja, coja y casi enana, la más desdichada estampa de mujer que puede imaginarse.

El estertor crecía, sonaba más estridente y más lúgubre por momentos. Los sollozos de Clementina y Marcela cortaban por intervalos las notas de aquel ronquido fatal. El duque, trémulo, alterado, se dejó al fin arrastrar de la habitación. D.ª Carmen no volvió a hablar. Tenía los ojos cerrados, la boca entreabierta, el cuerpo tranquilo.

Ya sabes que yo pertenezco al partido liberal, que gusta ahora de la autonomía y la concede a varias provincias de Ultramar. Considera, pues, si no quieres enojarme, a tu hermana Rosita y a mi señora doña Marcela, y déjalas autónomas, o sea en completa libertad de hacer cuanto se les antoje.

En la de Remedio en la desdicha, y en las epístolas á Herrera y á Amarilis, nombra el poeta á una hija llamada Marcela, que á los quince años de edad tomó el velo en la Orden de Carmelitas Descalzas. Como Montalván, al tratar de este punto, la califique de parienta muy próxima de Lope, es de presumir que la hubo fuera de matrimonio.

Todas sus partes se dirigen á ensalzar el poder maravilloso del Rosario. Un libertino, llamado Dionisio, viola y deshonra á la joven Marcela. La víctima pide al cielo el castigo del culpable, y Jesucristo le declara que sus súplicas serán oídas. Dionisio, más pecador cada día, comete toda clase de delitos; pero á pesar de ello, conserva siempre piadosa devoción por el Rosario.

¡Oh! -replicó el cabrero-, aún no yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente.

El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores, y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban.

Palabra del Dia

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