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Actualizado: 6 de julio de 2025
Me entraron ganas de libertar de su cautiverio a doña Marcela.
No careció Marcela de talento poético, ni de facilidad y gracia para versificar: "Yo soy un pobre estudiante Tentado de ser poeta, Cosa que por mis pecados Me ha venido por herencia; Porque ello es que qualis pater Talis filius, et cetera." Murió en su convento el 5 de enero de 1688, a los ochenta y tres años de edad, habiendo sobrevivido cincuenta y tres a su padre.
»Doña Marcela está con esto que trina, porque gusta de ser desdeñosa sin que el desdén parezca forzado, y porque no acepta la tutela o mejor dicho el cautiverio en que galán tan crudo la tiene. »A fuerza de oír tales cosas, pues no es otro el principal asunto de las más frecuentes conversaciones de por aquí, pronto comenzó a hervirme la sangre contra la insolencia de Currito el Guapo.
Marcela, la hija del pintor, era por estos tiempos una linda niña de cinco años, que tenía la misma frente serena y seria de su padre, cautivando, además, por el gentil donaire de su graciosa personita. La señora de Montauron declaró ex cáthedra que tenía aire de española.
Era sino del pintor despertarla fácilmente; pero como hombre bien educado y cauto sabía restañar prontamente las heridas. Por lo que a mí me sucede. Yo cuando quiero mucho a una mujer desearía estrujarla. Rosa no pudo menos de reír. Está visto, Marcela, que te complaces en recibir en tu casa a los hombres más desvergonzados de Madrid.
Cuando Isidro, que no podía aproximarse a una hembra deseable sin iniciar un intento de posesión, creyó de su deber mostrarse amoroso de Marcela, ésta acogió sus palabras con cierta severidad... ¡Un hombre que iba al Nuevo Mundo en busca de fortuna pensar en fruslerías amorosas que podían quitarle el tiempo necesario para los negocios!
Sor Marcela intentó bajar valerosa, pero a los tres peldaños cogió miedo y viró para arriba. Su cara filipina se había puesto de color de mostaza inglesa. «¡Verás tú si bajo, infame diablo!» era su muletilla; pero ello es que no bajaba. Por una reja de la sacristía que da al patio, asomó la cara del sacristán, y poco después la de D. León Pintado.
Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura.
Entonces el cortesano D. Raimundo, merced a varios evidentes indicios, no tardó en convencerse de que la virtud de doña Marcela no era cosa del otro jueves, ni con autonomía, ni sin autonomía. Pocos días después, se volvió D. Raimundo a la corte, convencido ya de que los inocentes idilios no son más fáciles que en ella en los más rústicos y apartados lugares.
Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado.
Palabra del Dia
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