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Actualizado: 6 de julio de 2025


Sumido estaba aún el artista en estas crueles cavilaciones, cuando la cortina de antigua tapicería que cubría la puerta del taller abrióse de pronto dejando ver el fresco y lindo rostro de Marcela. ¿Te incomodo, papá? No, hija mía respondió éste cubierto de densa palidez. ¿Puedo entrar? , mi vida. Y entró la niña, con un aro en la mano, presentando a su padre la frente. ¿Estás triste, papá?

Muy a menudo andaba Sor Marcela por allí, pues tenía la llave de la leñera y carbonera, la del calabozo y la de otra pieza en que se guardaban trastos de la casa y de la iglesia. Ya cerca de la noche, como he dicho, Mauricia no se quitaba de la reja para hablar a la monja cuando pasaba.

Fotog. Tras este grupo de la Velasco, los enanos y el perro están en pie hablando entre dos personas de la servidumbre; un guardadamas severamente vestido de negro y doña Marcela de Ulloa, señora de honor, con tocas que parecen monjiles.

Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo.

A estas expresiones de ternura, mezcladas de burla cariñosa, la monja no contestaba ni siquiera con una mirada. Y la otra seguía: «¡Ay, mi galapaguito de mi alma, qué enfadadito está conmigo, que le quiero tanto!... Sor Marcela, una palabrita, nada más que una palabrita. Yo no quiero que me saques de aquí, porque me merezco la encerrona. Pero ¡ay niñita mía, si vieras qué mala me he puesto!

Interminables minutos transcurrieron; después Marcela salió del círculo de sombra y volvió hacia el castillo a cortos pasos. Fabrice creyó ver que la criatura tornaba con la carta en la mano; pasóse la suya sobre la frente helada, diciendo: ¡Dios mío! Y esperó inmóvil. Marcela entró. ¡Toma, papá! le dijo. Y le devolvió el pliego que tenía en la mano.

El demonio eres replicó la fiera, que parecía ya, por lo muy exaltada, irresponsable de los disparates que decía . Facha, mamarracho, esperpento... Echa, echa más veneno murmuraba Sor Marcela con tranquilidad, abriendo la puerta de la prisión . Así te pasará más pronto el arrechucho. Vaya, adentro, y mañana como un guante. A la noche te traeré de comer. Paciencia, hija...

No pudo menos de sospechar, viendo su gesto de contrariedad, que Marcela y él estaban en connivencia. Tal sospecha, que el recuerdo de otros incidentes autorizaba, convirtió su desvío en desprecio. Pocos días después se vio precisada a guardar cama; la fatiga del viaje y las comidas de hotel habían estropeado su estómago.

En época imprecisa, por este tiempo, entró Lope en íntimas relaciones con la que había de ser madre de sus hijos Marcela y Lope Félix, la Camila Lucinda, tan celebrada en innumerables versos.

Placíale a la niña dar esta muestra de habilidad a su padre, quien, sentado en un banco, la miraba... ¡y de cuando en cuando también miraba al cielo!... Beatriz, anonadada, habíase sentado también a algunos pasos de distancia, oculta entre la sombra de los árboles. Al cabo de un instante, Fabrice exclamó: ¡Marcela! ¿Qué, papá? y vino corriendo.

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