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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Manolillo, mata un morito. Y el chiquillo abría tantos ojos, arrugaba las cejas, cerraba los puños y se ponía como una grana a fuerza de fincharse en actitud belicosa. Después Anís le tomaba las manos y las volvía y revolvía cantando: ¡Qué lindas manitas que tengo yo! ¡Qué chicas! ¡Qué blancas! ¡Qué monas que son!
Nada me importa. Y os está el corazón reventando por saber... Si no dejamos esta conversación... Si la dejáramos, ¿cómo habíais de saber que ese mancebo, tan hermoso, tan honrado, tan franco, tan bueno, tan valiente, es hijo del duque de Osuna y de la duquesa de Gandía? Doña Clara se puso muy pálida, pero se dominó. Manolillo la veía sufrir con cierta feroz complacencia.
El rey había dejado de comer y escuchaba con atención. El padre Aliaga, con la cabeza apoyada en su mano, miraba profundamente al tío Manolillo. El bufón estaba pálido y conmovido. Aquellos gritos continuó el bufón cesaron, y tras ellos oí el llanto de una criatura recién nacida. ¿Era ella? ¿Era esa Dorotea, Manolillo? dijo el rey.
Sigamos hacia nuestro calvario dijo , sigamos con valor; apuremos la copa que Dios nos ofrece, y dominemos este corazón rebelde... que obedezca á su deber ó muera: que Dios no pueda acusarnos de haber dejado de combatir un solo momento. Se irguió, serenó su semblante, y se encaminó al lugar donde le esperaba el tío Manolillo. El bufón le salió al encuentro. ¿Ha venido? dijo el padre Aliaga.
Si yo no encuentro á la puerta misma de la casa donde Dorotea con vos estaba al tío Manolillo que con doña Clara venía, vuestra esposa, vuestra noble y digna esposa, os hubiera visto en los brazos de esa mujer, y esa mujer se hubiera matado segura de que os dejaba á entrambos muertos. ¡Oh! ¡ved no os engañéis, don Francisco!
El tío Manolillo puede ser que, por un interés que aún no podemos conocer, haya querido haceros creer que ese caballero ama á esa comedianta. No es posible habiéndoos visto á vos. A no ser que de tal modo le hayáis descorazonado... Yo no podía obrar de otro modo... y no me pesa, porque yo dominaré este amor que se me ha metido por el alma; le dominaré, os lo juro.
Y el tío Manolillo, sin detenerse á escuchar la agria réplica de la señora María, sacó á remolque á Juan. ¿Conque tan hombre sois? le dijo el bufón. Según dijo Juan ; no sé por qué me hacéis esa pregunta. ¡Afortunado y reservadillo! haréis fortuna en la corte, joven. Me alegraré. ¡Ah, ah! conozco á muy pocos que hayan entrado en palacio con tan buen pie.
Pero antes dijo á Quevedo: Si habéis matado al tío Manolillo, importa que le quitéis unos papeles que lleva encima y que son muy importantes; pero apresuráos y entrad cuanto antes en la casa á cuya puerta os hemos encontrado, porque en esa casa están de cena la Dorotea y don Juan, y en esa cena hay un plato envenenado. ¡Ah! exclamó Quevedo, y escapó.
¡Ah! ¡le conocéis...! ¡os ha enviado él...! ¡ama á la otra...! ¡ama á doña Clara...! ¡y se casará con ella...! ¡oh! ¡no! ¡no se casará! ¡será necesario para ello que me haga pedazos la Inquisición! ¡Oh, Dios mío! exclamó á su vez el padre Aliaga. ¿Pero qué te ha dado ese hombre? exclamó con irritación el tío Manolillo ; ¿qué te ha dado que te ha vuelto loca?
Aquella perdiz verde que le presentaba la inflexible mano del tío Manolillo, le devoraba, le mordía, le magullaba el alma, por decirlo así.
Palabra del Dia
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