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Actualizado: 17 de mayo de 2025


¡Ah! dijo el bufón. ¡Oh! dijo Quevedo. Pasad, caballero, pasad dijo Dorotea ya perfectamente serena. Juan Montiño entró en la alcoba, enteramente repuesto ya de su sorpresa. ¿En qué nido le habéis encontrado, amigo Manolillo? dijo Quevedo. En el nido de una corneja. ¿Y dónde tiene esa corneja su nido? Es la manceba vieja de un tal Cornejo, galeote huído que anda haciendo milagros en la corte.

Disimulaba el bufón su amor, le comprimía, le devoraba, le contenía, aunque por distinta causa. El padre Aliaga obedecía á sus deberes. Sacerdote, debía combatir aquella tentación impura. Cristiano, debía huir del solo pensamiento de unos amores adúlteros. El tío Manolillo debía respetar, respecto á Dorotea, otra razón gravísima para todo corazón de sentimientos elevados. Dorotea no podía amarle.

¡La reina! murmuró profundamente el padre Aliaga, lanzando una mirada recelosa á la cortina, tras la cual se ocultaba el bufón. ¡La reina! dijo con extrañeza el tío Manolillo, detrás de aquella cortina.

Plegó el bellísimo entrecejo Dorotea, y adelantó el labio inferior en un mohín desdeñoso. Aunque seas tan hermosa ó más hermosa que doña Clara, hija, te falta una cosa que á ella le sobra. ¿Y qué es lo que me falta? Ser fruto prohibido. Conmovióse profundamente la Dorotea, y sus ojos se arrasaron de lágrimas; al tío Manolillo se le desgarró el corazón.

¿Y qué se yo? dijo Casilda ; yo no la he visto morir. ¿Pero no ha muerto en la casa? ; , señor, según dicen don Francisco de Quevedo y el padre fray Luis de Aliaga, que la trajeron allá muy tarde. ¿Que la trajeron? , señor; la trajeron al obscurecer; la señora había salido muy engalanada con el tío Manolillo; dicen que esta noche pasada han matado al tío Manolillo.

El duque los examinó rápidamente. Eran los papeles que le había robado el tío Manolillo, y que le tenían sujeto. ¿Qué precio queréis por estos papeles, don Francisco? Yo no vendo seguridades ni en ser soplón he pensado nunca. Lo que quería ya lo tengo, una audiencia vuestra. El duque se acercó á una bujía y quemó uno por uno aquellos papeles.

En la pieza inmediata encontró el cocinero mayor su capa, su sombrero y sus armas. Púsoselos como pudo, y siguió al tío Manolillo, que no se había detenido. Cuando estuvieron en el piso bajo, el bufón dejó la bujía en el patio, entró en el obscuro zaguán y abrió la puerta. Montiño escapó con la misma rapidez y el mismo sobresalto con que escapa un pájaro á quien abren la jaula.

¡De acabar! ¡de acabar! ¿y qué ha de acabar? Esta agonía que me devora, esta muerte en vida. Dorotea, yo necesito saber lo que piensas hacer. ¿Qué? dijo Dorotea sonriendo tristemente ¡vengarme! ¡No, no le matarás! dijo el bufón ; ¡le amas demasiado! ¡no te atreverás! ¿Dónde está el dulce envenenado, Manuel? dijo Dorotea sin contestar á la observación del tío Manolillo.

El padre Aliaga esperaba con impaciencia al tío Manolillo, y quería quitarse de encima de la mejor manera posible al cocinero mayor. Tenéis razón, señor dijo Montiño , pero como se trata de hacer una confesión general, yo me atrevería á suplicaros... Montiño se detuvo; fray Luis no dijo una sola palabra.

Esto es, el tesoro que hubiera absorbido Dorotea, si no hubiera muerto. Todo se arregló á las mil maravillas, porque el licenciado Sarmiento era hombre que lo entendía. El tío Manolillo pasó por asesinado por una mano oculta, y con su entierro se terminó el proceso.

Palabra del Dia

atormentada

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