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Actualizado: 17 de mayo de 2025
El lazo está aquí dijo tomando un papel ahuecado de un aparador el tío Manolillo , y muy bello por cierto; como que me ha costado tres reales, á pesar de ser una quisicosa; mirad, mirad, Montiño; ¿no es verdad que es muy bello? Y desenvolvió el papel y mostró al cocinero un precioso lazo de seda. Montiño miró y apartó instintivamente los ojos del terrible lazo.
Empieza, pues, por secarte las lágrimas, como yo, mira; yo me las trago... yo me río... ¡ah! ¡ah! ¡qué buen chasco les vamos á dar! dijo el tío Manolillo, saliendo del hueco del balcón y dirigiéndose al cocinero mayor: ¡Chasco! ¡chasco! ¿qué más chasco que lo que á mí me sucede? exclamó Montiño llorando.
¡El sargento mayor don Juan de Guzmán! dijo el tío Manolillo . Van por la crujía larga; rodeando yo por la derecha, les gano la delantera; para algo estaban aquí estos bribones; no me había yo engañado; pues bien: veamos qué es esto... pero ¿y Dorotea?... no importa... yo volveré. Y luego se oyeron los rápidos pasos del bufón.
El montero de Espinosa salió, y al atravesar el corredor que conducía al claustro, dijo: ¡Es extraño! ¡ponerse malo de repente! ¡y á mí me parece que está muy bueno! ¿qué habrá aquí? Apenas había salido Alonso del Camino de la celda, cuando salió de la alcoba el tío Manolillo.
¡Que se ha perdido el rastro, y tenéis ahí en esa escudilla los restos envenenados de la perdiz! Tenéis razón, tenéis razón, Montiño dijo el bufón-; pero esto desaparecerá, desaparecerá, yo os lo juro. Y yendo á un negro fogón que le servía para condimentar su pobre comida, el tío Manolillo hizo fuego, y puso sobre él la escudilla de madera con los restos de la perdiz.
¡Ah! dijo el bufón cambiando de aspecto de una manera singular : vos, padre Aliaga, sois un santo y llegaréis á mártir, y tú, hermano Felipe, aunque eres tonto, no eres malo. Dios os lo pague á los dos: á ti, por tu indulto, hermano rey, y á vos, por vuestra absolución, padre Aliaga. Hubo un momento de silencio. El tío Manolillo se había levantado y llenaba lentamente de vino una copa.
¿Y sabéis cómo se llamaba su madre? No me lo han dicho. Pues yo voy á decíroslo. Sepamos. La madre se llamaba... y se llama, doña Juana de Velasco, duquesa viuda de Gandía, camarera mayor de su majestad. Abrió enormemente los ojos Quevedo. Y qué hermosa, qué hermosa estaba entonces la duquesa. ¿Pero estáis seguro de ello, amigo Manolillo?
Volvióse de una manera nerviosa Montiño, y vió detrás al tío Manolillo que le presentaba una escudilla de madera. Estremecióse el triste del cocinero. El bufón le miraba de una manera terriblemente fija y con una expresión que era un misterio para el cocinero mayor. ¿Qué queréis? dijo Montiño con la voz temblorosa de miedo.
¡Escudos de plata! ¡el rey no se conoce por su moneda de oro!... ¡pobre Felipe!... exclamó el bufón. Os pregunté dijo el padre Aliaga si habíais sido casado, y me respondísteis: Que la mujer con quien yo pudiera haberme casado no tenía alma, por lo que no quise casarme con ella. Más claro, tío Manolillo: ¿vos no sois padre legítimo de Dorotea?
Quedóse profundamente pensativo Quevedo como si hubiese sentido la mirada del bufón en lo más recóndito de su alma, y luego levantó la cabeza, y fijó en Manolillo una mirada profundamente grave y dominadora. Dios sabe á dónde vais vos, á dónde voy yo dijo ; pero si me conocéis tanto como decís, saber debéis que, como me cuesta el andar mucha fatiga, nunca doy pasos en vano.
Palabra del Dia
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