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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Se llegaron á razones: primeramente dijeron: haya paz entre nosotros y cese la guerra, porque en nuestros corazones no abrigamos enemistades contra vosotros, ni poseemos temerariamente esta tierra, sino por mandado de vuestro Rey, y del Gobernador que en su lugar las gobierna, y tambien con consentimiento de vuestros padres, (juzgo que entendian aquel que de Europa vino á este negocio) y de algunos de vuestra gente: dejadnos gozar de esta tierra, cuando por otra parte no nos esperimentais molestos (si es que se puede dar crédito á estas razones): volvednos tan solamente los caballos que nos habeis tomado. Sepé, aquel célebre capitan de los Miguelistas, el cual entonces mandaba la artilleria, y sabia hablar algun tanto español, y era un poco conocido de uno de los Portugueses, porque ahora poco èl estuvo en los límites de las tierras de San Miguel con los demarcadores, se allegó mas cerca, convivado por ellos
Halló en el Duque de Montpensier, que regía la plaza, acogida no menos grata que en Dieppe; el Príncipe le salió al encuentro con 100 caballos; le sentó á su mesa, procurando hacerle agradable la estancia, como el Rey se lo mandaba, y confirmando las palabras tuvo Pérez carta datada en Lyon á 26 de agosto en que el mismo Rey le daba bienvenida.
Pero Gurdilo, su ilustre amigo, que mandaba ahora tanto como los altos señores del gobierno, se había negado á permitir que un profesor de sus méritos fuese simple soldado y lo había nombrado capitán, aunque en realidad no mandaba tropa alguna.
Nunca he oído hablar de él, nunca dijo el mandarín: dio tres vueltas redondas, con los brazos abiertos, se echó a los pies del emperador, con la frente en la estera, y salió de espaldas, con los brazos cruzados, y arrodillándose en el aire. Y el mandarín empezó a preguntar a todo el palacio por el pájaro. Y el emperador mandaba a cada media hora a buscar al mandarín.
Mario se sentía turbado por esta actitud, sin entender por completo lo que significaba. No se le mandaba cerrar la puerta, ni escribir los sobres de las cartas, ni que las acompañase hasta casa de unas amigas, ni se le daban encargos para la calle. Cuando doña Carolina rechazaba cualquiera de sus servicios el inocente exclamaba: ¡Pero, mamá, no tiene usted confianza conmigo!
Lo primero que quería averiguar era lo del otro, si el Magistral mandaba allí». El rostro de la dama al decir Mesía aquello y otras cosas por el estilo, todas de novela perfumada, le dejó ver al gallo vetustense que el Magistral no era dueño del corazón de Anita.
"¡Son tres veces mas que nosotros! dijo Chacón; pero no importa: ¡adelante!" Retrocedieron hasta la entrada del pueblo: allí la lucha fué horrible. Desde las ventanas, desde las esquinas disparaban los paisanos contra el enemigo, cuyas filas se diezmaban. El coronel mandaba á los suyos con un denuedo sin ejemplo. A la partida unióse al fin el resto del pueblo.
Verdad es que Dios iba siempre en ayuda de Thiers, porque doña Tula, que en verano adoptaba el mismo sistema de comidas, hacía todas las tardes un chocolate riquísimo y casi siempre mandaba al enfermo una jícara, bien custodiada de mojicón y bizcochos. «Esta doña Tula decía Bringas cuando sentía entrar a la criada de su vecina , es una persona muy atenta...».
Don Valentín, tímido y pacífico, enamorado de su mujer en los primeros años de matrimonio, y lleno después de consideración hacia ella, no se atrevía á chistar en su presencia, si ella no le mandaba que hablase. Era D. Valentín un virtuoso caballero, pero débil y pusilánime. Había sido, por amor y respeto á su honra, un magistrado íntegro.
Demetria hizo como se le mandaba. Cuando se estaba bañando los ojos con agua fresca llegó á sus oídos el penetrante son de la gaita y el redoble del tambor. Borróse súbita la melancolía de su rostro. Una dulce sonrisa volvió á esparcirse por él, y sin terminar de secarse salió apresuradamente al corredor.
Palabra del Dia
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