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Actualizado: 12 de julio de 2025
El confesor, al oírlo, hizo una seña a María y ésta tomó rápidamente un Cristo de plata que colgaba de la pared, y lo puso en las manos de su madre, diciéndole: Mamá, acuérdate de Dios... Acuérdate de lo que padeció este Divino Señor por nosotros... Yo... no me muero dijo la enferma.
Su esposa, doña Paula... ¿Pero por qué se despierta tal y tan prolongado rumor en el teatro a su aparición? La buena señora, al escucharlo, queda temblorosa y confusa, no acierta a desembarazarse del abrigo, y su hija Cecilia se ve obligada a quitárselo y a decirle al oído: ¡Siéntate, mamá!
Porque la carta era de Madrid mismo, puesto que el sello del Congreso la franqueaba... Nada, nada, fuera temores, que el derecho era suyo. ¡Qué demonio! A quien Dios se la dio, san Pedro se la bendiga; y el que está más cerca de la cabra, ese la mama...
Y doña Manuela, animada por estas ilusiones que garantizaban su futura tranquilidad, envolvía la mesa y sus comensales en una mirada infinita de benevolencia y cariño. Todo marchaba bien. Andresito y Amparo se pellizcaban por debajo de la mesa; Roberto se acercaba de un modo inconveniente a Conchita; la mamá lo veía todo, pero sonreía con dulce tolerancia.
Cuando el sacerdote volvió de la iglesia me sentó a su lado y me hizo muchas preguntas: «¿Cómo te llamas? ¿Cómo se llama tu mamá? ¿Tienes papá?» No sé lo que respondí.... El señor cura dice que de mis respuestas sacó lo bastante para saber quiénes éramos, quién era mi padre. Encontró en el baúl cartas y papeles, documentos que le dieron noticias acerca de la residencia de mi padre.
Delante de mamá no rezaba sino con los labios... Pues bien; en cierta época de mi vida llegué a conseguir lo que a Dios pedía; llegué a aficionarme a las cosas santas; llegué a sentir un entusiasmo, una exaltación religiosa semejante a la que ahora siento por muy distinto objeto. Me consideraba feliz y pedía a la Virgen que conservara en mí tan agradable estado.
La energía de su hermano le había desconcertado por completo: Pepe era más hombre de lo que él imaginó. A la mañana siguiente doña Manuela, antes de ir a la compra, según costumbre, fue a dar un beso a Pepe, mientras éste acababa de vestirse para marchar a su trabajo. Voy a la compra; adiós, hijo. Y a misa, ¿verdad, mamá? Ella, sonriéndole cariñosamente, se limitó a decir: ¿Qué mal hay en ello?
Dijo, pues, ahogando un suspiro: Tienes razón, querida mamá; pero ¿qué quieres? me da miedo el mundo. ¡El mundo en semejante agujero! Aquí no hay más que personas conocidas, como el notario y el cura, y salvo el joven conde, no veo de quién puedes tener miedo. La buena señora no sabía qué razón tenía.
Mi mamá nos ha visto dijo . Sr. de Araceli. Escápese usted, sálvese usted, pues todavía es tiempo. Subamos, y diciendo la verdad nos salvaremos los dos. En el corredor Presentación cayó de rodillas ante su madre que al encuentro nos salía, y exclamó con ahogada voz: Señora madre ¡perdón!, yo no he hecho nada. ¡Qué horas son estas de venir a casa!... ¿Y D. Paco, y las otras dos niñas?...
Esa misma tarde salimos de casa, instalándonos en la única que pudimos hallar con tanta premura, una vieja quinta de los alrededores. Una hermana de mamá, que había tenido viruela en su niñez, quedó al lado de Inés. Seguramente en los primeros días mamá pasó crueles angustias por sus hijos que habían besado a la virolenta.
Palabra del Dia
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