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Actualizado: 12 de julio de 2025
El día que se hizo doctor, y fué justamente acabados de cumplir los veintiún años, la pobre Isabel experimentó una de esas alegrías sólo comprensibles para las madres. Le abrazó derramando un raudal de lágrimas. Mamá le dijo Raimundo . Estoy ya en aptitud de hacer oposición a una cátedra.
Mucho cuidó a mi padre en su última enfermedad. Sintió su muerte y le lloró muy de veras; pero, en fin, ella no tiene en el día más que treinta y seis años. Parece mi hermanita mayor. A menudo me da envidia, aunque dulce y no amarga, porque la encuentro y noto que la encuentran por ahí más bonita que a mí. ¿Qué extraño es que mamá se haya consolado? Dios me lo perdone, si es mal pensamiento.
Hubo paseo por el jardín, y almuerzo con un vino de espuma debajo de la parra, y el padre estaba muy conversador, cogiéndole a cada momento la mano a su mamá, y la madre estaba como más alta, y hablaba poco, y era como música todo lo que hablaba.
Seguíles al Retiro, aunque a respetable distancia, porque me hubiera causado mucha vergüenza el que la mamá se enterase: la chiquilla, con menos prudencia, volvía a cada instante la cabeza y me dirigía sonrisas, que me tenían en continuo sobresalto. Al fin volvimos a casa en paz.
Agita sus labios rojos... ¿Será verdad lo que he oido?... Otra vez... ¡Ah! sí; mamá, mamá, no hay duda, eso ha dicho. ¡Me llama!... ¡Bendito seas! ¡Una y cien veces bendito! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mas ¡ay, Dios! va á despertarse... ¡Que he de hacer siempre lo mismo! Vaya; no guardeis silencio: ya se ha despertado el niño.
Pero no se daba por ofendido; al contrario, sentía cierto deleite en que la mamá de su adorada le reprendiese, le tratase con tal excesiva confianza: le parecía que de tal modo se acortaba cada vez más la distancia que mediaba para ser su hijo. Pero la gran dificultad para esto y para todo en aquella casa era D. Pantaleón. No lo parecía.
¡Ah! repuso mamá llevándose las manos al corazón en un inmenso suspiro. ¡Sí, ya pasó!... Pero dime, Alfonso, ¿cómo pudo no haberse hecho nada? ¡Ese pozo, Dios mío!...
Juanito, contagiado por el ardor de pelea que reinaba en las alturas, sentía tentaciones de gritar que aquello era fastidioso y lo de los cinco mil francos un robo; pero callaba, por miedo a los energúmenos artísticos, y consolábase mirando abajo las rojas filas de butacas, donde se destacaban los lindos sombreros de sus hermanas y la majestuosa capota de mamá.
Daba a la elle el tono arrastrado que la gente baja da a la y consonante; y se le habían pegado modismos pintorescos y expresiones groseras que a la mamá no le hacían maldita gracia. Habría dado cualquier cosa por poder seguirle de noche y ver con qué casta de gente se juntaba. Que esta no era fina, a la legua se conocía.
El Delfín, que fue desmejoradillo, no tardó en reponerse, recobrando su buen color, su palabra jovial y la plenitud de sus carnes. La mamá se la tenía guardada. Esperaba ocasión propicia, y en cuanto esta llegó supo acometer la empresa aquella de la calza, como persona lista y conocedora de las mañas del ave que era preciso aprisionar.
Palabra del Dia
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