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Actualizado: 2 de junio de 2025
Prefirió el riesgo de tener una escena violenta con el hombre, a la perspectiva de luchar con la debilidad o la resistencia pasiva de la anciana. ¿En qué puedo servirle? le preguntó Tirso. Vengo de parte de Pepe. ¿Qué quiere ese desdichado? No era necesario tanto para acibarar el diálogo.
Benítez y Frígilis veían en esto síntomas tristes. «Aquella voluntad se moría, pensaba Crespo; en otro tiempo Ana hubiera preferido pedir limosna.... Ahora cede... por no luchar». Y se le caían las lágrimas. «Si yo fuera rico... pero es uno tan pobre...». «Y, añadía, por supuesto, cobrar esos cuatro cuartos no es vergonzoso... a ella se lo parece... pero no lo es.... Ese dinero es suyo».
A luchar con la tentación al aire libre; a cansar la carne con paseos interminables; y un poco también a olfatear el vicio, el crimen pensaba él, crimen en que tenía seguridad de no caer, no tanto por esfuerzos de la virtud como por invencible pujanza del miedo que no le dejaba nunca dar el último y decisivo paso en la carrera del abismo.
Rocchio, el del Progreso, y los otros; aun trampeando de aquí y de allí y encalleciéndose las manos en el trabajo... El juego tan sólo, pero no se acercaría ya al tapete: su última carta estaba jugada. ¿A qué luchar más?
También los arbustos como el rosal de los Alpes y el brezo logran subir á grandes alturas, gracias á la forma esférica ó de cúpula que tienen todas sus ramas apretadas una contra otra. El viento resbala en estas bolas vegetales. Pero ya más arriba tienen que renunciar á luchar contra el frío y dejar sitio á los musgos que se extienden por el suelo y á los líquenes que se incorporan á la roca.
Todo terminado...» Pero en los días tristes de invierno su resignación se revolvía contra esta existencia de molusco recluido en su caparazón de piedra. ¿Iba a vivir siempre así?... ¿No era torpeza haberse encerrado en este rincón, teniendo aún juventud y bríos para luchar en el mundo?... Sí; era una torpeza.
«¿A qué luchar con el pasado?... ¿Cómo libertarse de su cadena?... Cada uno, al nacer, encuentra marcado el sitio y gesto para todo el curso de su existencia, y es inútil querer cambiar de situación y de postura.» Muchas veces, en su primera juventud, al ver desde una cumbre la ciudad y sus risueños alrededores, se había sentido obsesionado por fúnebres pensamientos.
En general, en ellos, la energía ha desaparecido, y si se busca esta primordial virtud del hombre, no se la encuentra sino en el alma de los seres forzados a luchar para conquistar un sitio al sol. Se hallaba en este punto de sus reflexiones, cuando la voz débil del señor Aubry llamó: ¿María Teresa? La joven se levantó, e inclinándose sobre el lecho, dijo: ¿Qué desea usted, padre? ¿Qué hora es?
Sorege hizo un movimiento de cólera, y cogiéndome bruscamente por el cuerpo, balbuceó: ¡Ahora mismo entonces! Ya te tengo... Era forzudo y me había echado en un sofá. Yo me defendía llenándole de injurias al luchar, cuando la cortina del comedor se levantó y apareció Juana diciendo tranquilamente: ¡Ande usted, señor de Sorege! No se moleste por mí ¿Quiere usted que le ayude?
Algunas veces una rápida descripción, bosquejo del mundo en que vivía, de los hechos, de las ambiciones que le rodeaban, seguía a la expresión de los buenos ánimos que tenía para luchar, como para experimentarme con tiempo y prepararme a las enseñanzas que más tarde debía sacar de las más brutales realidades.
Palabra del Dia
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